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El Papa recibió el pasado viernes a Mons Fellay, Superior de la FSSPX

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El vice-director de la Oficina de Prensa Vaticana, Greg Burke, ha anunciado que el pasado viernes, 1 de abril, hubo un encuentro en Casa Santa Marta entre el Papa Francisco y el Superior General de la Fraternidad San Pío X (FSSPX).

Hemos oído que ha sido un encuentro muy positivo.

ACTUALIZACIÓN: La FSSPX ha informado también sobre la reunión

[Artículo original]

El Superior de la FSSPX comenta que, la reconciliación “no es para mañana”. El sitio web de los obispos suizos, por alguna razón, distorsiona la información

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El obispo Bernard Fellay, Superior-General de la Fraternidad de San Pío X (FSSPX), manteniendo su habitual tono prudente acerca de los asuntos relacionado con las conversaciones entre su Fraternidad y la Santa Sede, dijo recientemente que, cualquier reconciliación entre Roma y la FSSPX “no es para mañana”. Sin embargo, el sitio web oficial de noticias de los obispos de Suiza tomó esto con el significado de que “se negó a cualquier acercamiento”, lo cual no es cierto en absoluto; y sabemos que ni siquiera es objetivamente cierto y que no es lo que el obispo ha dicho en repetidas ocasiones en los últimos meses bajo el papado de Francisco. Recientemente, no se ha anunciado una reconciliación inminente: en este caso, algunas noticias de la Swiss Bishops Conference (Conferencia Episcopal Suiza), sólo querrían provocar una distracción.

Como se puede ver a continuación, el contraste entre el titular y el contenido es evidente:

Fellay niega cualquier acercamiento de la Fraternidad de San Pío X con Roma 

El 5 de marzo, en el diario Le Nouvelliste, el obispo Bernard Fellay, Superior-General de la Fraternidad de San Pío X (FSSPX), negó los rumores de una reconciliación “inminente” entre la FSSPX y Roma, la cual fue anunciada por el obispo Alfonso de Galarreta, uno de los tres obispos de la Fraternidad.

“En mi opinión, esto no es para mañana. Todavía puede tardar años”, dijo el obispo Fellay en el diario Le Nouvelliste, añadiendo que, en este caso, “no hay que precipitarnos (…), estas cosas han estado ocurriendo desde el año 2000”.

En enero, en una conferencia pronunciada en Versalles, el obispo Alfonso de Galarreta, uno de los obispos de la Fraternidad de San Pío X, había anunciado la inminente reconciliación de la FSSPX con Roma. “Creo que (el Papa) anulará cualquier requisito doctrinal, teórica, práctica de o cualquier condición… Va a tomar sus propias medidas para el reconocimiento de la Fraternidad”, dijo en unos comentarios publicados el 26 de febrero por La Porte Latine, la página web oficial para la zona francófona de la FSSPX.

La reconciliación de la Fraternidad con la Iglesia, no está en la agenda del obispo Fellay quién cree que “hay una gran cantidad de heridas y debemos curarlas antes de tener una discusión tranquila”. El superior de la FSSPX se mantiene, sin embargo, “abierto a conversar con Roma, pero no a las concesiones”.

Bernard Hallet. Cath.net

[Traducido por Rocío Salas. Artículo original.]

Entrevista con Mons. Fellay. La paradójica benevolencia de Francisco con la FSSPX

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 ¿Qué sucede con las relaciones de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X con Roma?

Desde hace ya varias semanas han estado circulando numerosos rumores en la prensa[1] referentes a un posible reconocimiento canónico de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X por parte de Roma. En vez de acrecentar dichos rumores con comentarios, DICI ha optado por entrevistar al Superior General de la Fraternidad, Monseñor Bernard Fellay, con el fin de solicitarle una evaluación de los siguientes puntos:

  1. Las relaciones de la Fraternidad Sacerotal San Pío X con Roma
  2. Las nuevas propuestas de Roma
  3. “Ser aceptados tal cual somos”
  4. El Papa y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
  5. La jurisdicción otorgada a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
  6. Las visitas de los prelados enviados por Roma
  7. El estado actual de la Iglesia
  8. ¿Qué debemos pedirle a la Santísima Virgen?

1. Las relaciones de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X con Roma desde al año 2000

Las relaciones con Roma, de hecho, continúan, aunque esa palabra no es del todo correcta… ya que nunca se han interrumpido, ciertamente, jamás se han roto, aunque su frecuencia ha variado, y su intensidad también… Podemos decir que desde el año 2000 ha habido contactos con Roma. Las autoridades romanas fueron las que solicitaron estos contactos, con miras a regularizar la situación de la Fraternidad. Ha habido altibajos, como digo, pero a partir del cardenal Castrillón Hoyos, en el año 2000, los contactos han sido, durante algún tiempo, bastante frecuentes. Luego de que nuestras famosas precondiciones hubieran quedado bien establecidas[2], hubo un tiempo en que las relaciones fueron… no quisiera utilizar la palabra suspendidas, pero casi. En el 2005, hubo un solo contacto. Y después del 2009, es decir, en el momento del levantamiento –lo que nosotros llamamos el levantamiento de las excomuniones; digamos: la rectificación de ese decreto de excomunión–,  ha habido un contacto más regular, especialmente con las discusiones doctrinales, las cuales fueron solicitadas por ambas partes y duraron alrededor de dos años[3]. Después, volvió a suscitarse lo que podríamos llamar una nueva etapa, esta vez había involucrada una propuesta de solución, la cual era doble: había una declaración doctrinal y una solución canónica. Esto duró casi un año, pero fracasó.

Luego, durante dos años las relaciones fueron escasas, para reanudarse, creo que podemos decirlo así, con el regreso de Monseñor Pozzo a la Comisión Pontificia Ecclesia Dei. Durante el tiempo de Monseñor Di Noia, hubo algunos contactos, es verdad, pero con Monseñor Pozzo tuvo lugar una nueva etapa, la cual volvió a ser doble. Por una parte, se reanudaron las discusiones, es decir, las discusiones doctrinales, de una manera más flexible, por lo tanto no completamente oficial, pero más que simplemente extraoficial, ya que estos obispos fueron enviados por Roma. Estas discusiones todavía continúan. Creo que vale la pena el esfuerzo. Y al mismo tiempo, en otro plano, y en cierto sentido, paralelamente, hubo una nueva propuesta en julio pasado: una invitación a la reflexión para buscar la forma de lograr la regularización canónica. Y aquí también, estas discusiones, estas reflexiones siguen avanzando. No existe ninguna prisa, eso es claro. ¿Estamos realmente avanzando? Yo pienso que sí. Pienso que sí, pero sin duda es un proceso lento.

2. Las nuevas propuestas de Roma estudiadas por los superiores mayores de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X

Queremos involucrar a un gran número de cófrades, empezando por los superiores, en nuestra reflexión acerca de las nuevas propuestas de Roma. Creo que es importante. Hemos aprendido algunas lecciones de lo sucedido en el 2012, lo cual ocasionó roces dentro de la Fraternidad. Pienso que una de las razones fue la falta de comunicación. Fue un período un tanto difícil. Por lo mismo, esta vez hemos elegido una vía distinta para abordar estas cuestiones, que requieren mucha reflexión.

Cuando vemos la situación de Roma, de la Iglesia, obviamente no nos sentimos alentados a actuar. Es comprensible que Roma quiera hacer una invitación, ya que representamos un problema para la Iglesia. Cuando vemos todos los esfuerzos realizados en favor del ecumenismo –¡para lograr sólo Dios sabe qué clase de unidad!–, y cuando vemos cómo somos tratados en la Iglesia, significa, evidentemente, que representamos un problema. Somos una gran espina para todo el sistema ecuménico actual. Esto por sí solo bastaría para explicar (la conducta adoptada por Roma). Creo que no se trata únicamente de eso, pero, en cualquier caso –sin considerar directamente cuáles son sus motivos–, existe un movimiento de Roma que intenta solucionar el problema.

Por otra parte, vemos la situación dramática de la Iglesia, en donde verdaderamente no existen muchos estímulos que nos inviten a seguir adelante. Por lo tanto, es necesaria una reflexión profunda, pero ésta no se realizará por sí sola. Necesitamos varios pares de ojos para observar correctamente, para reflexionar sobre todas las repercusiones de estas cuestiones. Por esto hemos querido solicitar a todos los superiores sus reflexiones con respecto a este tema.

3. “Ser aceptados tal  cual somos”, sin ambigüedades ni compromisos

Es absolutamente necesario evitar cualquier compromiso; entendiendo “compromiso” en dos sentidos. Compromiso en el sentido de que cada una de las partes cede algo para asegurarse otra cosa. Desde el principio se lo había dicho a Roma: “No quiero ambigüedades. Si quieren llegar a un consenso sobre un documento que es entendido de manera diferente por cada parte, significaría crear un caos, que se desataría al poco tiempo.” Por lo tanto, es absolutamente necesario evitar eso. Es prácticamente obvio que, al inicio, debido a la actual situación y los puntos de vista divergentes, el documento tenderá a la ambigüedad. Y no queremos eso en lo absoluto.

Obviamente, eso nos vuelve “rígidos”, por así decirlo. En todo caso, bastante rígidos, lo cual complica todavía más las cosas, pero para nosotros no existe una solución sencilla. Podríamos decir: “Sí, en teoría, es la solución de la verdad, pero la verdad debe ser total e íntegra.”

Este es el enfoque inicial que consideré importante adoptar con Roma. Ya con respecto al primer documento, les dije: “Es ambiguo, no va a funcionar, ¡no queremos absolutamente nada de esto!” Se trataba del primer documento, en el 2011. Esta vez me parece que la situación es mucho mejor. Verdaderamente ha habido avances importantes, en este sentido, contra la ambigüedad. Eso no quiere decir que se haya eliminado toda la ambigüedad…

Además del asunto de la claridad del documento, existe otra cuestión mucho más profunda, mucho más importante: ¿Qué margen, qué libertad se nos concedería o se nos concederá en caso de una regularización? Y, en este contexto, tomé como punto de partida una frase, que era el requisito práctico de Monseñor Lefebvre, quien lo consideraba como una condición sine qua nonpara una regularización; concretamente, el ser aceptados tal cual somos.

Por ello quise decirles (a Roma): “Si nos quieren, así es como somos; Uds. tienen que conocernos; así no podrán decirnos después que les ocultamos cosas. Así es como somos y así es como seguiremos siendo.” Seguiremos siendo como somos, ¿por qué? No es una cuestión de terquedad; no significa que nos consideremos los mejores; ha sido la Iglesia quien ha enseñado estas cosas y quien las ha exigido. No se trata solamente de la fe; también existe toda una disciplina que está en perfecta concordancia con esta fe, y esto constituía el tesoro de la Iglesia, esto fue lo que formó en el pasado a tantos santos, y no estamos dispuestos a renunciar a ello. En el trato con Roma he insistido mucho, diciendo: “Así es como somos; así es como pensamos”, incluso he dado ejemplos concretos, y si Roma considera que estos pensamientos y esta postura deben ser corregidos o modificados, entonces tienen que hacérnoslo saber ahora. Al mismo tiempo, les he explicado que, en caso que así fuera, no seguiremos adelante.

4. El Papa y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X: benevolencia paradójica

Es necesario utilizar el término “paradoja”, la paradoja de querer avanzar hacia lo que casi podríamos llamar “Vaticano III”, en el peor sentido que puede dársele a esa expresión, y por otra parte querer decirle a la Fraternidad: “Aquí son bienvenidos.” Esto es verdaderamente una paradoja, casi una voluntad de combinar los opuestos. No creo que esto sea por ecumenismo. Algunos podrían pensarlo. ¿Por qué no creo que sea por ecumenismo? Porque  basta observar la actitud general de los obispos en este tema del ecumenismo: ¡Tienen los brazos abiertos para recibir a cualquiera, excepto a nosotros! En numerosas ocasiones, la gente ha intentado explicar por qué fuimos excluidos, diciendo: “No los tratan como a los demás, porque ustedes afirman ser católicos. Al decir esto, generan confusión entre nosotros, y por lo tanto, no los quieren.” Hemos escuchado esta explicación muchas veces, y ella excluye el ecumenismo. Pero si este enfoque que consiste en decir, “Aceptamos a todos dentro de la familia”, no es aplicable en nuestro caso, entonces, ¿qué es lo que queda? Creo que el Papa es lo que queda.

Si al principio Benedicto XVI, y ahora el papa Francisco, no hubieran visto a la Fraternidad en un modo particular, que es diferente a esta perspectiva ecuménica que acabo de mencionar, pienso que ahora no habría nada en absoluto. Creo que, en vez de esto, estaríamos funcionando una vez más bajo sanciones, censuras, excomuniones, la declaración de cisma e intentos por eliminar a un grupo problemático. Entonces, ¿por qué tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco han sido tan benevolentes hacia la Fraternidad? Pienso que la perspectiva de ambos no es necesariamente la misma. En el caso de Benedicto XVI, creo que se debía a su lado conservador, a su amor por la liturgia antigua, a su respeto por la disciplina pasada que existía en la Iglesia. Puedo afirmar que muchos, y estoy hablando de muchos sacerdotes, e incluso grupos que tenían problemas con los modernistas en la Iglesia, y que recurrieron a él cuando aún era cardenal, encontraron en él, primero como cardenal y luego como Papa, una mirada benevolente, un deseo de proteger y ayudarlos, al menos, en todo lo que le fuera posible.

En cuanto al papa Francisco, no vemos ese apego ni a la liturgia ni a la disciplina anterior de la Iglesia. Incluso podríamos decir totalmente lo opuesto, debido a sus numerosas declaraciones en contra, lo que hace más difícil y complicado entender su benevolencia. Y, sin embargo, creo que existen varias explicaciones posibles, pero admito que no tengo la última palabra en este tema. Una de las explicaciones es el enfoque del papa Francisco  hacia cualquier cosa que sea marginada, lo que él llama “las periferias existenciales”. No me sorprendería que nos considerara como una de estas periferias por las que tiene una preferencia manifiesta. Y, desde esta perspectiva, utiliza la expresión: “recorrer un camino” con la gente que se encuentra en la periferia, esperando poder mejorar las cosas. Por lo tanto, no se trata de una decisión establecida de concluir inmediatamente: un proceso, un camino, va a donde sea que éste vaya…, pero al menos se es bastante tranquilo, amable, sin saber realmente cuál será el resultado. Tal vez, ésta sea una de las razones más profundas.

Otra razón: vemos que el Papa Francisco critica constantemente a la Iglesia establecida, la palabra utilizada en inglés para esto es establishment –también se emplea en francés de vez en cuando–, reprochando a la Iglesia por ser autocomplaciente, satisfecha de sí misma, por ser una Iglesia que ya no va en busca de la oveja perdida, la oveja que sufre, en todos los ámbitos, por la pobreza o incluso físicamente… Pero vemos en el Papa Francisco que esta inquietud, a pesar de las evidentes apariencias, no sólo es una preocupación acerca de las cosas materiales… Vemos claramente que cuando dice “pobreza” se refiere también a la pobreza espiritual, la pobreza de las almas que se encuentran en pecado y que deberían ser sacadas de ese estado y conducidas nuevamente a Dios. Aunque no siempre lo expresa tan claramente, podemos encontrar varias expresiones que así lo indican. Y desde esta perspectiva, ve en la Fraternidad una comunidad que es muy activa, especialmente si se la compara con la situación dentro del establishment, muy activa, en otras palabras, que busca, que sale a buscar a las almas, que tiene esta preocupación por el bien espiritual de las almas, y que está lista para poner manos a la obra y trabajar por ello

Conoce a Monseñor Lefebvre, ha leído dos veces la biografía escrita por Monseñor Tissier de Mallerais, lo que muestra, sin duda alguna, un interés; y yo pienso que le ha gustado. Y también los contactos que estableció en Argentina con nuestros cófrades, en quienes vio espontaneidad y también franqueza, pues no escondimos absolutamente nada. Claro que sí intentábamos conseguir algo para Argentina, en donde teníamos dificultades con el Estado concernientes a los permisos de residencia, pero no escondimos nada, no intentamos eludir ningún problema, y creo que eso le gusta. Éste tal vez sea el lado humano de la Fraternidad, pero vemos que el Papa es muy humano, le da mucha importancia a este tipo de consideraciones, y esto puede o podría explicar una cierta benevolencia de su parte. Reitero, una vez más, que no tengo la última palabra en este tema y, sin duda, detrás de todo esto está la Divina Providencia, que se las ingenia para poner buenos pensamientos en la cabeza del Papa, quien, en muchos puntos, nos alarma tremendamente, y no sólo a nosotros: se puede decir que cualquiera que sea más o menos conservador dentro de la Iglesia está asustado por lo que está sucediendo, por las cosas que se dicen y, sin embargo, la Divina Providencia se las arregla para hacernos pasar a través de escollos de una manera muy sorprendente. Muy sorprendente porque está claro que el Papa Francisco desea dejarnos vivir y sobrevivir. Incluso ha dicho a todo el que desea escucharlo que nunca dañaría a la Fraternidad. También dijo que somos católicos. Se negó a condenarnos como cismáticos, diciendo: “No son cismáticos, son católicos”, incluso si después utilizó una expresión un tanto enigmática, concretamente, que estamos en camino hacia una comunión plena. Quisiéramos tener alguna vez una definición clara del término “comunión plena”, porque es claro que no corresponde a nada preciso. Es un sentimiento… no se sabe bien qué es. Incluso, recientemente, en una entrevista concedida por Monseñor Pozzo acerca de nosotros, éste repite una cita que le atribuye al Papa mismo –por lo tanto, podemos considerar esto como una postura oficial: el Papa, hablando con Ecclesia Dei, confirmó que somos católicos en camino a una plena comunión[4]. Y Monseñor Pozzo explicó cómo puede lograrse esta comunión plena: aceptando la forma canónica, lo cual resulta bastante sorprendente: ¡una forma canónica resolvería todos los problemas referentes a la comunión!

Un poco más adelante, en la misma entrevista, afirma que esta comunión plena consiste en aceptar los grandes principios católicos[5], en otras palabras, los tres niveles de unidad en la Iglesia, que son la fe, los sacramentos y el gobierno. Cuando habla de la fe, se refiere más bien al magisterio. Pero nosotros nunca hemos puesto en duda ninguno de estos tres elementos. Y, por lo tanto, nunca pusimos en duda nuestra plena comunión, pero eliminamos el adjetivo “pleno”, para decir simplemente: “Estamos en comunión de acuerdo con el término clásico usado en la Iglesia; somos católicos; si somos católicos estamos en comunión, porque la ruptura de la comunión es precisamente un cisma.”

5. La jurisdicción concedida a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X: consecuencias canónicas

Si tomamos en cuenta el Derecho Canónico de la Iglesia, nadie es sujeto de un poder ordinario de jurisdicción en la Iglesia a menos que su situación sea perfectamente regular. Esto significa, una persona que no está afectada por una censura. Roma siempre ha dicho y mantiene que nuestros sacerdotes están bajo la censura de suspensión, porque no están incardinados. Nosotros afirmamos que por supuesto que están incardinados en la Fraternidad, la cual fue, en su momento, injusta o inválidamente suprimida, yendo en contra de las leyes mismas de la Iglesia; pero, no obstante, Roma ha mantenido y mantiene hasta hoy que nuestros sacerdotes están suspendidos. Suspensión, ¿qué significa eso? Significa precisamente que el sacerdote tiene prohibido ejercer su ministerio, ya sea que hablemos de la Misa o de los demás sacramentos, incluyendo la confesión. Ahora bien, conceder una jurisdicción ordinaria para confesar[6], no de manera excepcional, como sería el caso del peligro de muerte… La Iglesia, de hecho, prevé este tipo de situaciones: si alguien está en peligro de muerte, si se encuentra a punto de morir después de un accidente de tránsito, cualquier sacerdote, sin importar su estado, incluso un sacerdote excomulgado o uno ortodoxo, que ni siquiera es católico pero sí es un sacerdote vçalido, puede en ese momento confesar a la persona y dar la absolución, no solamente válida, sino lícitamente. Estos son casos excepcionales. No se trata de un “poder ordinario”. Aquí estamos hablando de un poder ordinario. Para poder tener y ejercer el poder ordinario de jurisdicción es necesario, una vez más, estar libre de toda censura. Desde el momento en que el Papa declara que nos concede este poder ordinario, implica, por ese mismo hecho, la eliminación, la supresión de la censura. Esta es la única forma de entender esta normativa de acuerdo al Derecho Canónico, no solamente de acuerdo con la letra de tal o cual canon, sino según el espíritu del derecho de la Iglesia.

6. Visitas de los prelados enviados por Roma: ¿algunas cuestiones doctrinales abiertas?

Estas visitas han sido muy interesantes. Obviamente, algunas personas en la Fraternidad las han visto con un poco de recelo: “¿Qué están haciendo esos obispos en nuestra casa?” ¡Bueno! Esa no era mi perspectiva. La invitación vino de Roma, tal vez como resultado de una idea que yo les sugerí, y que era la siguiente: “Ustedes no nos conocen; estamos hablando en una oficina aquí en Roma; vengan a vernos directamente, no podrán conocernos realmente a menos que nos vean.” Una declaración, sin importar que sea o no un gran éxito en Internet, o un comunicado no hará que nos conozcan tal y como somos; porque la mayoría de las veces sucede que en estos comunicados nos vemos obligados a tomar una postura, e incluso a condenar una u otra expresión o acción realizada en la Iglesia, pero nuestra vida como católicos no se resume únicamente a eso. De hecho, podemos incluso decir que las cosas esenciales se encuentran en otras partes. Lo esencial es la intención de vivir nuestro catolicismo siguiendo los mandamientos de Dios, esforzándonos por santificarnos, por evitar el pecado, para vivir de acuerdo con toda la disciplina de la Iglesia. Nuestras escuelas, nuestros seminarios, nuestros sacerdotes, nuestra vida sacerdotal, todo eso forma un conjunto que es la realidad, la verdadera realidad de nuestra Fraternidad.

Por lo tanto, yo insistí mucho, les dije varias veces: “Vengan a vernos.” Nunca quisieron. De pronto, súbitamente, surgió esta propuesta de enviar a algunos obispos para reunirnos. Y por mi parte, no importa cuál fuera la primera intención de Roma, estuve de acuerdo en que era una buena idea. ¿Por qué? Porque así nos verían como somos en realidad. Esa fue la consigna que di en cada uno de los lugares que visitaron: “¡No estamos cambiando nada, no estamos tratando de adornar las cosas, somos lo que somos, y dejen que nos vean exactamente en esa forma!” Y, en efecto, un cardenal, un arzobispo y dos obispos vinieron a vernos, a visitarnos, en distintas situaciones, algunas veces en los seminarios, y también en uno de los prioratos. Las primeras impresiones, los comentarios realizados durante estas discusiones, durante las reuniones y después de ellas son muy interesantes. Y creo que me dan la razón en haber apoyado esta invitación romana.

Lo primero que todos nos comentaron –¿se trataba de una línea oficial o su opinión personal? No lo sé, pero es un hecho–, todos nos dijeron: “Estas discusiones están ocurriendo entre católicos; esto no tiene nada que ver con discusiones ecuménicas; estamos entre católicos.” Por lo tanto, desde el principio hicieron a un lado todas aquellas ideas como: “No están completamente dentro de la Iglesia, están a medio camino, por lo tanto, están fuera –¡sólo Dios sabe dónde!–, cismáticos…” ¡No! Estamos hablando entre católicos. Este es el primer punto, el cual es muy interesante, muy importante. A pesar de lo que, en algunos casos, todavía hoy se dice en Roma.

El segundo punto – que en mi opinión es aún más importante –, es que los temas abordados en estas discusiones son los clásicos temas en los que siempre ha habido escollos. Ya sea que se trate de un asunto de libertad religiosa, colegialidad, ecumenismo, la nueva Misa, o incluso los nuevos ritos de los sacramentos… Bueno, todos nos dijeron que estas discusiones eran sobre temas abiertos. Creo que esta reflexión es capital. Hasta ahora, siempre habían insistido en dejar bien claro que teníamos que aceptar el Concilio. Es difícil determinar exactamente el verdadero alcance de esta expresión: “aceptar el Concilio”. ¿Qué significa? Porque es un hecho que los documentos del Concilio son completamente desiguales, y que su aceptación se hace con un criterio gradual, según una escala de obligatoriedad. Si un texto es un texto de fe, existe una obligación simple y pura. Pero quienes pretenden, de un modo totalmente erróneo, que este Concilio es infalible, exigen una sumisión total a todo el Concilio. Entonces, si eso es lo que significa “aceptar el Concilio”, decimos que no lo aceptamos. Precisamente porque lo que negamos es su infalibilidad. Si existen algunos pasajes en los documentos conciliares que repiten lo que la Iglesia ha dicho antes, en un modo infalible, obviamente estos pasajes son y seguirán siendo infalibles. Y nosotros aceptamos eso, no hay ningún problema. Por esto, cuando se dice “aceptar el Concilio”, es necesario distinguir claramente cuál es el sentido de la expresión. Sin embargo, aún con esta distinción, hasta el momento, hemos detectado una insistencia por parte de Roma: “Deben aceptar estos puntos; forman parte de la enseñanza de la Iglesia y por lo tanto deben aceptarlos.” Y aún hoy en día –no solamente en Roma, sino también en la mayoría de los obispos–, vemos esta actitud hacia nosotros, este grave reproche: “Ustedes no aceptan el Concilio.”

Y ahora, de repente, los enviados de Roma nos dicen que todos los puntos que habían sido obstáculos, son cuestiones abiertas. Una cuestión abierta es un tema que se puede discutir. Y la obligación de adherirse a cierta posición queda fuertemente e incluso, tal vez, totalmente mitigada o eliminada. Creo que esto es un punto crucial. Tendremos que ver, posteriormente, si esto es confirmado, si realmente podemos discutir libremente, o mejor dicho, honestamente, con todo el respeto debido a la autoridad, para no agravar todavía más la situación actual en la Iglesia, la cual es tan confusa, precisamente en cuanto a la fe, en cuanto a lo que debemos creer, y es aquí donde exigimos esta claridad, estas aclaraciones de parte de las autoridades. Hemos pedido esto durante mucho tiempo. Nosotros decimos: “Existen puntos ambiguos en este Concilio, y no nos corresponde a nosotros aclararlos. Podemos señalar el problema, pero quien tiene la autoridad para aclararlo es Roma.” Sin embargo, reitero, el que estos obispos nos digan que se trata de preguntas abiertas es ya, en mi opinión, algo crucial.

Las discusiones en sí se han desarrollado, más o menos felizmente, según la personalidad de nuestros interlocutores, porque también hubo buenos intercambios [en los cuales] no necesariamente estuvimos de acuerdo… No obstante, creo que todos los interlocutores son unánimes en su apreciación: quedaron satisfechos con las discusiones. Igualmente, quedaron satisfechos con sus visitas. Nos felicitaron por la calidad de nuestros seminarios, diciendo: “Son normales (¡Afortunadamente! Se tiene que empezar por ahí…), estas personas no son intolerantes ni obtusas, sino animadas, abiertas, alegres, simplemente individuos normales. Y este comentario fue hecho por todos los visitantes. Indudablemente, esto es el lado humano, pero no debemos olvidarlo tampoco.

Para mí, estas discusiones, o más precisamente esta faceta más sencilla de las discusiones es importante, ya que uno de los problemas es la desconfianza. Ciertamente nosotros tenemos esta desconfianza. Y pienso que, sin duda alguna, Roma también la tiene respecto de nosotros. Y mientras esta desconfianza prevalezca, la tendencia natural es que tomemos cualquier cosa que se dice de manera equivocada, o que asumamos el peor escenario posible. Mientras continuemos con esa mentalidad recelosa, no podremos realizar muchos avances. Es necesario llegar a tener un mínimo grado de confianza, un clima de serenidad, para poder eliminar estas acusaciones a priori. Creo que nuestra forma de pensar sigue siendo ésta, y es también la de Roma. Esto toma tiempo. Ambas partes deben poder apreciar correctamente las personas, sus intenciones, para poder superar todo esto. Creo que esto va a tomar algún tiempo.

Esto también requiere de acciones que muestren buena voluntad, y no la intención de destruirnos. Actualmente, todavía tenemos esta idea en nuestras mentes, la cual es una postura ampliamente difundida: “Si nos quieren, es para asfixiarnos, y eventualmente destruirnos, para absorbernos totalmente, para desintegrarnos.” ¡Eso no es integración, es desintegración! Obviamente, mientras esta idea prevalezca, no podemos esperar nada.

7. El estado actual de la Iglesia: inquietudes y esperanzas

Me cuesta mucho trabajo discernir una línea de acción en lo que está sucediendo. Veo una confusión cada vez mayor, que es el resultado precisamente de elementos contradictorios, de la dilución de la doctrina, de la moral, de la disciplina. Todo esto está llevando hacia un sistema en donde cada hombre tiene que valerse por sí mismo. Los obispos dicen lo que quieren, contradiciéndose unos a otros. No hay llamamientos oficiales, claros, al orden, ni siquiera llamamientos hacia una dirección cualquiera, en uno u otro sentido. Hace unos cuantos años, todavía existía una línea. Era la línea modernista. Era el famoso espíritu del Concilio Vaticano II. Actualmente, vemos un profundo desacuerdo sobre estos temas entre los obispos e incluso en Roma. ¿Qué línea triunfará? ¿Qué línea prevalecerá? Por el momento, no puedo dar la respuesta.

Obviamente, nos podemos basar en ciertas reflexiones, ciertas indicaciones, diciendo que es claro que entre más avances logremos, más se debilitan o son debilitados los modernistas. Estos carecen de fieles, carecen de vocaciones; es una Iglesia que languidece. Y esto es verdad. Por otra parte, vemos entre los jóvenes un cierto número –es difícil hacer un cálculo correcto, pero es lo suficientemente consistente para que hagamos la observación– que quieren una Iglesia mucho más seria, en todos los aspectos, particularmente a nivel doctrinal. Jóvenes, seminaristas que quieren a Santo Tomás, que desean un regreso a una filosofía sana, a una teología clara, sana, a la teología escolástica de Santo Tomás. Vemos también entre estos jóvenes el deseo de una liturgia… no la llamaría “renovada”, sino más bien un regreso a la liturgia tradicional. Y el número de jóvenes parece ser impresionante. Nosotros no podemos calcularlo fácilmente, pero cuando escuchamos a los sacerdotes que trabajan con estos jóvenes en los seminarios modernistas, algunos llegan incluso a decir que el 50% de los nuevos seminaristas en Francia e Inglaterra aspiran a la Misa Tradicional. A mí me parece un gran número, y espero que sea verdad.

Sin embargo, vemos esbozarse esta línea muy claramente, es una línea ascendente, y con el paso de los años vemos que esta tendencia aumenta. Por poner un ejemplo, desde el año pasado, con el problema del Sínodo sobre el matrimonio, sobre la familia católica, se ha visto una oposición más pronunciada entre los dos campos que la que había habido antes. Creo que esto se debe a un fortalecimiento de los conservadores, que crecen, si no en sus números, sí, al menos, en su intensidad, sin duda alguna. Y, por otra parte, la mayoría, que claramente continúa siendo la parte dominante, pero que pierde fuerza, ya no logra imponer sus condiciones, al menos no logra imponer absolutamente todo, como solía hacer anteriormente.

Y así existen estas dos líneas. ¿Cuál es nuestro futuro en esta situación? Ante todo, debemos permanecer firmes. Existe una gran confusión. ¿Quién ganará? Nadie lo sabe. Esto vuelve nuestras relaciones con Roma extremadamente difíciles, porque estamos hablando con un interlocutor sin saber si al día siguiente, el documento en el que finalmente hemos logrado llegar a un acuerdo, tras numerosas discusiones, será, en efecto, el texto definitivo. Fuimos testigos en el 2012 de cómo un documento fue corregido, alterado por una interferencia… por una autoridad superior que, sin embargo, no fue el Papa. Nuevamente surge la pregunta: ¿quién gobierna la Iglesia? Yo diría que ésta es una pregunta muy interesante que permanece sin respuesta. Se trata de fuerzas… indeterminadas.

8. ¿Qué debemos pedirle a la Santísima Virgen?

¡Ah! Muchas cosas. Antes que nada la salvación. Nuestra salvación, la de todas las personas, la de cada una de las almas que llegan a la Fraternidad, que están dispuestas a encomendarse a ella, a sus sacerdotes, y por tanto, pidámosle a Ella la fidelidad para la Fraternidad. Fidelidad a la Iglesia, fidelidad a todo el tesoro de la Iglesia, el cual –sólo Dios sabe por qué, sólo Dios sabe cómo– está en nuestras manos, una herencia extraordinaria que es el tesoro de la Iglesia, el cual no nos pertenece a nosotros, y nuestro único deseo es que vuelva a recuperar su lugar, su verdadero lugar dentro de la Iglesia.

Pidamos el triunfo de la Santísima Virgen. Ella lo anunció. Yo diría que este triunfo se hace esperar, tal vez somos incluso un poco impacientes, especialmente cuando vemos todo lo que está sucediendo y que parece una total contradicción; simplemente se trata de un desarrollo que Dios permite, un juego aterrador y terrible: la falta de correspondencia entre la libertad humana, incluso entre los cristianos, y lo que pide el cielo, esta voluntad del cielo manifestada en Fátima, en otras palabras, la voluntad de Dios, de introducir en el corazón de los cristianos la devoción al Corazón Inmaculado de María, la cual tiene muchas dificultades para prevalecer. Sin embargo, no es tan difícil; ¡es tan hermoso, tan consolador! Y vemos esta gran batalla entre el demonio y Dios, siendo las almas el campo de batalla, las almas que Dios quiso que fueran libres, y que Él quiere ganar, pero no por la fuerza. Bien hubiera podido imponer su majestad, en modo tal que todos los humanos se postraran delante de Él –es lo que sucederá al fin del mundo, pero entonces ya será demasiado tarde-. La batalla debe emprenderse ahora.

Por lo tanto, hay que pedir a Dios que envíe gracias para ganar almas para Él, ¡y hay que colaborar en esta labor! En este sentido, le pediremos muchas cosas. Le pedimos que la Iglesia redescubra todos los elementos que constituyen su misión de salvar a las almas. ¡La única cosa, la primera y la única que le importa a la Iglesia, es salvar las almas!

Con el fin de mantener el carácter distintivo de esta entrevista se ha conservado el estilo hablado.

(Video entrevista grabada por DICI el 4 de marzo, 2016 – Transcripción realizada por DICI el 21 de marzo, 2016)

[1] Ver, en DICI n° 332, del 11 de marzo de 2016, “Noticias de Prensa: Consecuencias de la conferencia de Monseñor de Galarreta en Bailly”.http://www.dici.org/en/news/press-clippings-aftermath-of-bishop-de-galarretas-conference-in-bailly/ [2] Estas precondiciones eran: la Misa Tridentina garantizada a todos los sacerdotes y el levantamiento de las censuras contra la Fraternidad. Ver DICI n° 74, del 12 de abril de 2003. http://www.dici.org/en/news/interview-with-bishop-fellay-superior-general-of-the-society-of-st-pius-x/ [3] Desde octubre del 2009 hasta abril del 2011. [4] He aquí la respuesta de Monseñor Guido Pozzo, secretario de la Comisión Ecclesia Dei, en la entrevista que concedió a la agencia Zenit, el 25 de febrero del 2016. Pregunta: “Su excelencia, en el 2009 el papa Benedicto XVI levantó la excomunión a la Fraternidad San Pío X. ¿No significa esto que están nuevamente en comunión con Roma?” Respuesta: “Desde que Benedicto XVI levantó la censura de la excomunión de los obispos de la FSSPX (2009), ya no son sujetos a esa grave pena eclesiástica. Sin  embargo, aun después de ese paso, la FSSPX sigue estando en una situación irregular, porque no ha recibido reconocimiento canónico por parte de la Santa Sede. Mientras que la Fraternidad no tenga estatus canónico en la Iglesia, sus ministros no ejercen de modo legítimo el ministerio ni la celebración de los sacramentos. De acuerdo con la frase dicha por el entonces cardenal Bergoglio en Buenos Aires, y confirmada por el papa Francisco a la Comisión PontificiaEcclesia Dei, los miembros de la FSSPX son católicos en camino hacia una comunión plena con la Santa Sede. Esta comunión plena llegará cuando haya un reconocimiento canónico de la Fraternidad.” [5] Monseñor Pozzo, ibid.: “Es esencial encontrar una convergencia plena en lo necesario para estar en comunión plena con la Santa Sede, concretamente, la integridad del Credo católico, el vínculo de los sacramentos y la aceptación del Magisterio Supremo de la Iglesia.” [6] Carta del papa Franciso a Monseñor Rino Fisichella, con fecha del 1 de septiembre de 2015, justo antes de empezar el Año Santo: “Por mi propia disposición, establezco que los fieles que durante el Año de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pio X para recibir el sacramento de la reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados.” [Fuente]

El Papa recibió el pasado viernes a Mons Fellay, Superior de la FSSPX

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El vice-director de la Oficina de Prensa Vaticana, Greg Burke, ha anunciado que el pasado viernes, 1 de abril, hubo un encuentro en Casa Santa Marta entre el Papa Francisco y el Superior General de la Fraternidad San Pío X (FSSPX).

Hemos oído que ha sido un encuentro muy positivo.

ACTUALIZACIÓN: La FSSPX ha informado también sobre la reunión

[Artículo original]

Entrevista con Mons. Fellay. La paradójica benevolencia de Francisco con la FSSPX

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 ¿Qué sucede con las relaciones de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X con Roma?

Desde hace ya varias semanas han estado circulando numerosos rumores en la prensa[1] referentes a un posible reconocimiento canónico de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X por parte de Roma. En vez de acrecentar dichos rumores con comentarios, DICI ha optado por entrevistar al Superior General de la Fraternidad, Monseñor Bernard Fellay, con el fin de solicitarle una evaluación de los siguientes puntos:

  1. Las relaciones de la Fraternidad Sacerotal San Pío X con Roma
  2. Las nuevas propuestas de Roma
  3. “Ser aceptados tal cual somos”
  4. El Papa y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
  5. La jurisdicción otorgada a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X
  6. Las visitas de los prelados enviados por Roma
  7. El estado actual de la Iglesia
  8. ¿Qué debemos pedirle a la Santísima Virgen?

1. Las relaciones de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X con Roma desde al año 2000

Las relaciones con Roma, de hecho, continúan, aunque esa palabra no es del todo correcta… ya que nunca se han interrumpido, ciertamente, jamás se han roto, aunque su frecuencia ha variado, y su intensidad también… Podemos decir que desde el año 2000 ha habido contactos con Roma. Las autoridades romanas fueron las que solicitaron estos contactos, con miras a regularizar la situación de la Fraternidad. Ha habido altibajos, como digo, pero a partir del cardenal Castrillón Hoyos, en el año 2000, los contactos han sido, durante algún tiempo, bastante frecuentes. Luego de que nuestras famosas precondiciones hubieran quedado bien establecidas[2], hubo un tiempo en que las relaciones fueron… no quisiera utilizar la palabra suspendidas, pero casi. En el 2005, hubo un solo contacto. Y después del 2009, es decir, en el momento del levantamiento –lo que nosotros llamamos el levantamiento de las excomuniones; digamos: la rectificación de ese decreto de excomunión–,  ha habido un contacto más regular, especialmente con las discusiones doctrinales, las cuales fueron solicitadas por ambas partes y duraron alrededor de dos años[3]. Después, volvió a suscitarse lo que podríamos llamar una nueva etapa, esta vez había involucrada una propuesta de solución, la cual era doble: había una declaración doctrinal y una solución canónica. Esto duró casi un año, pero fracasó.

Luego, durante dos años las relaciones fueron escasas, para reanudarse, creo que podemos decirlo así, con el regreso de Monseñor Pozzo a la Comisión Pontificia Ecclesia Dei. Durante el tiempo de Monseñor Di Noia, hubo algunos contactos, es verdad, pero con Monseñor Pozzo tuvo lugar una nueva etapa, la cual volvió a ser doble. Por una parte, se reanudaron las discusiones, es decir, las discusiones doctrinales, de una manera más flexible, por lo tanto no completamente oficial, pero más que simplemente extraoficial, ya que estos obispos fueron enviados por Roma. Estas discusiones todavía continúan. Creo que vale la pena el esfuerzo. Y al mismo tiempo, en otro plano, y en cierto sentido, paralelamente, hubo una nueva propuesta en julio pasado: una invitación a la reflexión para buscar la forma de lograr la regularización canónica. Y aquí también, estas discusiones, estas reflexiones siguen avanzando. No existe ninguna prisa, eso es claro. ¿Estamos realmente avanzando? Yo pienso que sí. Pienso que sí, pero sin duda es un proceso lento.

2. Las nuevas propuestas de Roma estudiadas por los superiores mayores de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X

Queremos involucrar a un gran número de cófrades, empezando por los superiores, en nuestra reflexión acerca de las nuevas propuestas de Roma. Creo que es importante. Hemos aprendido algunas lecciones de lo sucedido en el 2012, lo cual ocasionó roces dentro de la Fraternidad. Pienso que una de las razones fue la falta de comunicación. Fue un período un tanto difícil. Por lo mismo, esta vez hemos elegido una vía distinta para abordar estas cuestiones, que requieren mucha reflexión.

Cuando vemos la situación de Roma, de la Iglesia, obviamente no nos sentimos alentados a actuar. Es comprensible que Roma quiera hacer una invitación, ya que representamos un problema para la Iglesia. Cuando vemos todos los esfuerzos realizados en favor del ecumenismo –¡para lograr sólo Dios sabe qué clase de unidad!–, y cuando vemos cómo somos tratados en la Iglesia, significa, evidentemente, que representamos un problema. Somos una gran espina para todo el sistema ecuménico actual. Esto por sí solo bastaría para explicar (la conducta adoptada por Roma). Creo que no se trata únicamente de eso, pero, en cualquier caso –sin considerar directamente cuáles son sus motivos–, existe un movimiento de Roma que intenta solucionar el problema.

Por otra parte, vemos la situación dramática de la Iglesia, en donde verdaderamente no existen muchos estímulos que nos inviten a seguir adelante. Por lo tanto, es necesaria una reflexión profunda, pero ésta no se realizará por sí sola. Necesitamos varios pares de ojos para observar correctamente, para reflexionar sobre todas las repercusiones de estas cuestiones. Por esto hemos querido solicitar a todos los superiores sus reflexiones con respecto a este tema.

3. “Ser aceptados tal  cual somos”, sin ambigüedades ni compromisos

Es absolutamente necesario evitar cualquier compromiso; entendiendo “compromiso” en dos sentidos. Compromiso en el sentido de que cada una de las partes cede algo para asegurarse otra cosa. Desde el principio se lo había dicho a Roma: “No quiero ambigüedades. Si quieren llegar a un consenso sobre un documento que es entendido de manera diferente por cada parte, significaría crear un caos, que se desataría al poco tiempo.” Por lo tanto, es absolutamente necesario evitar eso. Es prácticamente obvio que, al inicio, debido a la actual situación y los puntos de vista divergentes, el documento tenderá a la ambigüedad. Y no queremos eso en lo absoluto.

Obviamente, eso nos vuelve “rígidos”, por así decirlo. En todo caso, bastante rígidos, lo cual complica todavía más las cosas, pero para nosotros no existe una solución sencilla. Podríamos decir: “Sí, en teoría, es la solución de la verdad, pero la verdad debe ser total e íntegra.”

Este es el enfoque inicial que consideré importante adoptar con Roma. Ya con respecto al primer documento, les dije: “Es ambiguo, no va a funcionar, ¡no queremos absolutamente nada de esto!” Se trataba del primer documento, en el 2011. Esta vez me parece que la situación es mucho mejor. Verdaderamente ha habido avances importantes, en este sentido, contra la ambigüedad. Eso no quiere decir que se haya eliminado toda la ambigüedad…

Además del asunto de la claridad del documento, existe otra cuestión mucho más profunda, mucho más importante: ¿Qué margen, qué libertad se nos concedería o se nos concederá en caso de una regularización? Y, en este contexto, tomé como punto de partida una frase, que era el requisito práctico de Monseñor Lefebvre, quien lo consideraba como una condición sine qua nonpara una regularización; concretamente, el ser aceptados tal cual somos.

Por ello quise decirles (a Roma): “Si nos quieren, así es como somos; Uds. tienen que conocernos; así no podrán decirnos después que les ocultamos cosas. Así es como somos y así es como seguiremos siendo.” Seguiremos siendo como somos, ¿por qué? No es una cuestión de terquedad; no significa que nos consideremos los mejores; ha sido la Iglesia quien ha enseñado estas cosas y quien las ha exigido. No se trata solamente de la fe; también existe toda una disciplina que está en perfecta concordancia con esta fe, y esto constituía el tesoro de la Iglesia, esto fue lo que formó en el pasado a tantos santos, y no estamos dispuestos a renunciar a ello. En el trato con Roma he insistido mucho, diciendo: “Así es como somos; así es como pensamos”, incluso he dado ejemplos concretos, y si Roma considera que estos pensamientos y esta postura deben ser corregidos o modificados, entonces tienen que hacérnoslo saber ahora. Al mismo tiempo, les he explicado que, en caso que así fuera, no seguiremos adelante.

4. El Papa y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X: benevolencia paradójica

Es necesario utilizar el término “paradoja”, la paradoja de querer avanzar hacia lo que casi podríamos llamar “Vaticano III”, en el peor sentido que puede dársele a esa expresión, y por otra parte querer decirle a la Fraternidad: “Aquí son bienvenidos.” Esto es verdaderamente una paradoja, casi una voluntad de combinar los opuestos. No creo que esto sea por ecumenismo. Algunos podrían pensarlo. ¿Por qué no creo que sea por ecumenismo? Porque  basta observar la actitud general de los obispos en este tema del ecumenismo: ¡Tienen los brazos abiertos para recibir a cualquiera, excepto a nosotros! En numerosas ocasiones, la gente ha intentado explicar por qué fuimos excluidos, diciendo: “No los tratan como a los demás, porque ustedes afirman ser católicos. Al decir esto, generan confusión entre nosotros, y por lo tanto, no los quieren.” Hemos escuchado esta explicación muchas veces, y ella excluye el ecumenismo. Pero si este enfoque que consiste en decir, “Aceptamos a todos dentro de la familia”, no es aplicable en nuestro caso, entonces, ¿qué es lo que queda? Creo que el Papa es lo que queda.

Si al principio Benedicto XVI, y ahora el papa Francisco, no hubieran visto a la Fraternidad en un modo particular, que es diferente a esta perspectiva ecuménica que acabo de mencionar, pienso que ahora no habría nada en absoluto. Creo que, en vez de esto, estaríamos funcionando una vez más bajo sanciones, censuras, excomuniones, la declaración de cisma e intentos por eliminar a un grupo problemático. Entonces, ¿por qué tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco han sido tan benevolentes hacia la Fraternidad? Pienso que la perspectiva de ambos no es necesariamente la misma. En el caso de Benedicto XVI, creo que se debía a su lado conservador, a su amor por la liturgia antigua, a su respeto por la disciplina pasada que existía en la Iglesia. Puedo afirmar que muchos, y estoy hablando de muchos sacerdotes, e incluso grupos que tenían problemas con los modernistas en la Iglesia, y que recurrieron a él cuando aún era cardenal, encontraron en él, primero como cardenal y luego como Papa, una mirada benevolente, un deseo de proteger y ayudarlos, al menos, en todo lo que le fuera posible.

En cuanto al papa Francisco, no vemos ese apego ni a la liturgia ni a la disciplina anterior de la Iglesia. Incluso podríamos decir totalmente lo opuesto, debido a sus numerosas declaraciones en contra, lo que hace más difícil y complicado entender su benevolencia. Y, sin embargo, creo que existen varias explicaciones posibles, pero admito que no tengo la última palabra en este tema. Una de las explicaciones es el enfoque del papa Francisco  hacia cualquier cosa que sea marginada, lo que él llama “las periferias existenciales”. No me sorprendería que nos considerara como una de estas periferias por las que tiene una preferencia manifiesta. Y, desde esta perspectiva, utiliza la expresión: “recorrer un camino” con la gente que se encuentra en la periferia, esperando poder mejorar las cosas. Por lo tanto, no se trata de una decisión establecida de concluir inmediatamente: un proceso, un camino, va a donde sea que éste vaya…, pero al menos se es bastante tranquilo, amable, sin saber realmente cuál será el resultado. Tal vez, ésta sea una de las razones más profundas.

Otra razón: vemos que el Papa Francisco critica constantemente a la Iglesia establecida, la palabra utilizada en inglés para esto es establishment –también se emplea en francés de vez en cuando–, reprochando a la Iglesia por ser autocomplaciente, satisfecha de sí misma, por ser una Iglesia que ya no va en busca de la oveja perdida, la oveja que sufre, en todos los ámbitos, por la pobreza o incluso físicamente… Pero vemos en el Papa Francisco que esta inquietud, a pesar de las evidentes apariencias, no sólo es una preocupación acerca de las cosas materiales… Vemos claramente que cuando dice “pobreza” se refiere también a la pobreza espiritual, la pobreza de las almas que se encuentran en pecado y que deberían ser sacadas de ese estado y conducidas nuevamente a Dios. Aunque no siempre lo expresa tan claramente, podemos encontrar varias expresiones que así lo indican. Y desde esta perspectiva, ve en la Fraternidad una comunidad que es muy activa, especialmente si se la compara con la situación dentro del establishment, muy activa, en otras palabras, que busca, que sale a buscar a las almas, que tiene esta preocupación por el bien espiritual de las almas, y que está lista para poner manos a la obra y trabajar por ello

Conoce a Monseñor Lefebvre, ha leído dos veces la biografía escrita por Monseñor Tissier de Mallerais, lo que muestra, sin duda alguna, un interés; y yo pienso que le ha gustado. Y también los contactos que estableció en Argentina con nuestros cófrades, en quienes vio espontaneidad y también franqueza, pues no escondimos absolutamente nada. Claro que sí intentábamos conseguir algo para Argentina, en donde teníamos dificultades con el Estado concernientes a los permisos de residencia, pero no escondimos nada, no intentamos eludir ningún problema, y creo que eso le gusta. Éste tal vez sea el lado humano de la Fraternidad, pero vemos que el Papa es muy humano, le da mucha importancia a este tipo de consideraciones, y esto puede o podría explicar una cierta benevolencia de su parte. Reitero, una vez más, que no tengo la última palabra en este tema y, sin duda, detrás de todo esto está la Divina Providencia, que se las ingenia para poner buenos pensamientos en la cabeza del Papa, quien, en muchos puntos, nos alarma tremendamente, y no sólo a nosotros: se puede decir que cualquiera que sea más o menos conservador dentro de la Iglesia está asustado por lo que está sucediendo, por las cosas que se dicen y, sin embargo, la Divina Providencia se las arregla para hacernos pasar a través de escollos de una manera muy sorprendente. Muy sorprendente porque está claro que el Papa Francisco desea dejarnos vivir y sobrevivir. Incluso ha dicho a todo el que desea escucharlo que nunca dañaría a la Fraternidad. También dijo que somos católicos. Se negó a condenarnos como cismáticos, diciendo: “No son cismáticos, son católicos”, incluso si después utilizó una expresión un tanto enigmática, concretamente, que estamos en camino hacia una comunión plena. Quisiéramos tener alguna vez una definición clara del término “comunión plena”, porque es claro que no corresponde a nada preciso. Es un sentimiento… no se sabe bien qué es. Incluso, recientemente, en una entrevista concedida por Monseñor Pozzo acerca de nosotros, éste repite una cita que le atribuye al Papa mismo –por lo tanto, podemos considerar esto como una postura oficial: el Papa, hablando con Ecclesia Dei, confirmó que somos católicos en camino a una plena comunión[4]. Y Monseñor Pozzo explicó cómo puede lograrse esta comunión plena: aceptando la forma canónica, lo cual resulta bastante sorprendente: ¡una forma canónica resolvería todos los problemas referentes a la comunión!

Un poco más adelante, en la misma entrevista, afirma que esta comunión plena consiste en aceptar los grandes principios católicos[5], en otras palabras, los tres niveles de unidad en la Iglesia, que son la fe, los sacramentos y el gobierno. Cuando habla de la fe, se refiere más bien al magisterio. Pero nosotros nunca hemos puesto en duda ninguno de estos tres elementos. Y, por lo tanto, nunca pusimos en duda nuestra plena comunión, pero eliminamos el adjetivo “pleno”, para decir simplemente: “Estamos en comunión de acuerdo con el término clásico usado en la Iglesia; somos católicos; si somos católicos estamos en comunión, porque la ruptura de la comunión es precisamente un cisma.”

5. La jurisdicción concedida a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X: consecuencias canónicas

Si tomamos en cuenta el Derecho Canónico de la Iglesia, nadie es sujeto de un poder ordinario de jurisdicción en la Iglesia a menos que su situación sea perfectamente regular. Esto significa, una persona que no está afectada por una censura. Roma siempre ha dicho y mantiene que nuestros sacerdotes están bajo la censura de suspensión, porque no están incardinados. Nosotros afirmamos que por supuesto que están incardinados en la Fraternidad, la cual fue, en su momento, injusta o inválidamente suprimida, yendo en contra de las leyes mismas de la Iglesia; pero, no obstante, Roma ha mantenido y mantiene hasta hoy que nuestros sacerdotes están suspendidos. Suspensión, ¿qué significa eso? Significa precisamente que el sacerdote tiene prohibido ejercer su ministerio, ya sea que hablemos de la Misa o de los demás sacramentos, incluyendo la confesión. Ahora bien, conceder una jurisdicción ordinaria para confesar[6], no de manera excepcional, como sería el caso del peligro de muerte… La Iglesia, de hecho, prevé este tipo de situaciones: si alguien está en peligro de muerte, si se encuentra a punto de morir después de un accidente de tránsito, cualquier sacerdote, sin importar su estado, incluso un sacerdote excomulgado o uno ortodoxo, que ni siquiera es católico pero sí es un sacerdote vçalido, puede en ese momento confesar a la persona y dar la absolución, no solamente válida, sino lícitamente. Estos son casos excepcionales. No se trata de un “poder ordinario”. Aquí estamos hablando de un poder ordinario. Para poder tener y ejercer el poder ordinario de jurisdicción es necesario, una vez más, estar libre de toda censura. Desde el momento en que el Papa declara que nos concede este poder ordinario, implica, por ese mismo hecho, la eliminación, la supresión de la censura. Esta es la única forma de entender esta normativa de acuerdo al Derecho Canónico, no solamente de acuerdo con la letra de tal o cual canon, sino según el espíritu del derecho de la Iglesia.

6. Visitas de los prelados enviados por Roma: ¿algunas cuestiones doctrinales abiertas?

Estas visitas han sido muy interesantes. Obviamente, algunas personas en la Fraternidad las han visto con un poco de recelo: “¿Qué están haciendo esos obispos en nuestra casa?” ¡Bueno! Esa no era mi perspectiva. La invitación vino de Roma, tal vez como resultado de una idea que yo les sugerí, y que era la siguiente: “Ustedes no nos conocen; estamos hablando en una oficina aquí en Roma; vengan a vernos directamente, no podrán conocernos realmente a menos que nos vean.” Una declaración, sin importar que sea o no un gran éxito en Internet, o un comunicado no hará que nos conozcan tal y como somos; porque la mayoría de las veces sucede que en estos comunicados nos vemos obligados a tomar una postura, e incluso a condenar una u otra expresión o acción realizada en la Iglesia, pero nuestra vida como católicos no se resume únicamente a eso. De hecho, podemos incluso decir que las cosas esenciales se encuentran en otras partes. Lo esencial es la intención de vivir nuestro catolicismo siguiendo los mandamientos de Dios, esforzándonos por santificarnos, por evitar el pecado, para vivir de acuerdo con toda la disciplina de la Iglesia. Nuestras escuelas, nuestros seminarios, nuestros sacerdotes, nuestra vida sacerdotal, todo eso forma un conjunto que es la realidad, la verdadera realidad de nuestra Fraternidad.

Por lo tanto, yo insistí mucho, les dije varias veces: “Vengan a vernos.” Nunca quisieron. De pronto, súbitamente, surgió esta propuesta de enviar a algunos obispos para reunirnos. Y por mi parte, no importa cuál fuera la primera intención de Roma, estuve de acuerdo en que era una buena idea. ¿Por qué? Porque así nos verían como somos en realidad. Esa fue la consigna que di en cada uno de los lugares que visitaron: “¡No estamos cambiando nada, no estamos tratando de adornar las cosas, somos lo que somos, y dejen que nos vean exactamente en esa forma!” Y, en efecto, un cardenal, un arzobispo y dos obispos vinieron a vernos, a visitarnos, en distintas situaciones, algunas veces en los seminarios, y también en uno de los prioratos. Las primeras impresiones, los comentarios realizados durante estas discusiones, durante las reuniones y después de ellas son muy interesantes. Y creo que me dan la razón en haber apoyado esta invitación romana.

Lo primero que todos nos comentaron –¿se trataba de una línea oficial o su opinión personal? No lo sé, pero es un hecho–, todos nos dijeron: “Estas discusiones están ocurriendo entre católicos; esto no tiene nada que ver con discusiones ecuménicas; estamos entre católicos.” Por lo tanto, desde el principio hicieron a un lado todas aquellas ideas como: “No están completamente dentro de la Iglesia, están a medio camino, por lo tanto, están fuera –¡sólo Dios sabe dónde!–, cismáticos…” ¡No! Estamos hablando entre católicos. Este es el primer punto, el cual es muy interesante, muy importante. A pesar de lo que, en algunos casos, todavía hoy se dice en Roma.

El segundo punto – que en mi opinión es aún más importante –, es que los temas abordados en estas discusiones son los clásicos temas en los que siempre ha habido escollos. Ya sea que se trate de un asunto de libertad religiosa, colegialidad, ecumenismo, la nueva Misa, o incluso los nuevos ritos de los sacramentos… Bueno, todos nos dijeron que estas discusiones eran sobre temas abiertos. Creo que esta reflexión es capital. Hasta ahora, siempre habían insistido en dejar bien claro que teníamos que aceptar el Concilio. Es difícil determinar exactamente el verdadero alcance de esta expresión: “aceptar el Concilio”. ¿Qué significa? Porque es un hecho que los documentos del Concilio son completamente desiguales, y que su aceptación se hace con un criterio gradual, según una escala de obligatoriedad. Si un texto es un texto de fe, existe una obligación simple y pura. Pero quienes pretenden, de un modo totalmente erróneo, que este Concilio es infalible, exigen una sumisión total a todo el Concilio. Entonces, si eso es lo que significa “aceptar el Concilio”, decimos que no lo aceptamos. Precisamente porque lo que negamos es su infalibilidad. Si existen algunos pasajes en los documentos conciliares que repiten lo que la Iglesia ha dicho antes, en un modo infalible, obviamente estos pasajes son y seguirán siendo infalibles. Y nosotros aceptamos eso, no hay ningún problema. Por esto, cuando se dice “aceptar el Concilio”, es necesario distinguir claramente cuál es el sentido de la expresión. Sin embargo, aún con esta distinción, hasta el momento, hemos detectado una insistencia por parte de Roma: “Deben aceptar estos puntos; forman parte de la enseñanza de la Iglesia y por lo tanto deben aceptarlos.” Y aún hoy en día –no solamente en Roma, sino también en la mayoría de los obispos–, vemos esta actitud hacia nosotros, este grave reproche: “Ustedes no aceptan el Concilio.”

Y ahora, de repente, los enviados de Roma nos dicen que todos los puntos que habían sido obstáculos, son cuestiones abiertas. Una cuestión abierta es un tema que se puede discutir. Y la obligación de adherirse a cierta posición queda fuertemente e incluso, tal vez, totalmente mitigada o eliminada. Creo que esto es un punto crucial. Tendremos que ver, posteriormente, si esto es confirmado, si realmente podemos discutir libremente, o mejor dicho, honestamente, con todo el respeto debido a la autoridad, para no agravar todavía más la situación actual en la Iglesia, la cual es tan confusa, precisamente en cuanto a la fe, en cuanto a lo que debemos creer, y es aquí donde exigimos esta claridad, estas aclaraciones de parte de las autoridades. Hemos pedido esto durante mucho tiempo. Nosotros decimos: “Existen puntos ambiguos en este Concilio, y no nos corresponde a nosotros aclararlos. Podemos señalar el problema, pero quien tiene la autoridad para aclararlo es Roma.” Sin embargo, reitero, el que estos obispos nos digan que se trata de preguntas abiertas es ya, en mi opinión, algo crucial.

Las discusiones en sí se han desarrollado, más o menos felizmente, según la personalidad de nuestros interlocutores, porque también hubo buenos intercambios [en los cuales] no necesariamente estuvimos de acuerdo… No obstante, creo que todos los interlocutores son unánimes en su apreciación: quedaron satisfechos con las discusiones. Igualmente, quedaron satisfechos con sus visitas. Nos felicitaron por la calidad de nuestros seminarios, diciendo: “Son normales (¡Afortunadamente! Se tiene que empezar por ahí…), estas personas no son intolerantes ni obtusas, sino animadas, abiertas, alegres, simplemente individuos normales. Y este comentario fue hecho por todos los visitantes. Indudablemente, esto es el lado humano, pero no debemos olvidarlo tampoco.

Para mí, estas discusiones, o más precisamente esta faceta más sencilla de las discusiones es importante, ya que uno de los problemas es la desconfianza. Ciertamente nosotros tenemos esta desconfianza. Y pienso que, sin duda alguna, Roma también la tiene respecto de nosotros. Y mientras esta desconfianza prevalezca, la tendencia natural es que tomemos cualquier cosa que se dice de manera equivocada, o que asumamos el peor escenario posible. Mientras continuemos con esa mentalidad recelosa, no podremos realizar muchos avances. Es necesario llegar a tener un mínimo grado de confianza, un clima de serenidad, para poder eliminar estas acusaciones a priori. Creo que nuestra forma de pensar sigue siendo ésta, y es también la de Roma. Esto toma tiempo. Ambas partes deben poder apreciar correctamente las personas, sus intenciones, para poder superar todo esto. Creo que esto va a tomar algún tiempo.

Esto también requiere de acciones que muestren buena voluntad, y no la intención de destruirnos. Actualmente, todavía tenemos esta idea en nuestras mentes, la cual es una postura ampliamente difundida: “Si nos quieren, es para asfixiarnos, y eventualmente destruirnos, para absorbernos totalmente, para desintegrarnos.” ¡Eso no es integración, es desintegración! Obviamente, mientras esta idea prevalezca, no podemos esperar nada.

7. El estado actual de la Iglesia: inquietudes y esperanzas

Me cuesta mucho trabajo discernir una línea de acción en lo que está sucediendo. Veo una confusión cada vez mayor, que es el resultado precisamente de elementos contradictorios, de la dilución de la doctrina, de la moral, de la disciplina. Todo esto está llevando hacia un sistema en donde cada hombre tiene que valerse por sí mismo. Los obispos dicen lo que quieren, contradiciéndose unos a otros. No hay llamamientos oficiales, claros, al orden, ni siquiera llamamientos hacia una dirección cualquiera, en uno u otro sentido. Hace unos cuantos años, todavía existía una línea. Era la línea modernista. Era el famoso espíritu del Concilio Vaticano II. Actualmente, vemos un profundo desacuerdo sobre estos temas entre los obispos e incluso en Roma. ¿Qué línea triunfará? ¿Qué línea prevalecerá? Por el momento, no puedo dar la respuesta.

Obviamente, nos podemos basar en ciertas reflexiones, ciertas indicaciones, diciendo que es claro que entre más avances logremos, más se debilitan o son debilitados los modernistas. Estos carecen de fieles, carecen de vocaciones; es una Iglesia que languidece. Y esto es verdad. Por otra parte, vemos entre los jóvenes un cierto número –es difícil hacer un cálculo correcto, pero es lo suficientemente consistente para que hagamos la observación– que quieren una Iglesia mucho más seria, en todos los aspectos, particularmente a nivel doctrinal. Jóvenes, seminaristas que quieren a Santo Tomás, que desean un regreso a una filosofía sana, a una teología clara, sana, a la teología escolástica de Santo Tomás. Vemos también entre estos jóvenes el deseo de una liturgia… no la llamaría “renovada”, sino más bien un regreso a la liturgia tradicional. Y el número de jóvenes parece ser impresionante. Nosotros no podemos calcularlo fácilmente, pero cuando escuchamos a los sacerdotes que trabajan con estos jóvenes en los seminarios modernistas, algunos llegan incluso a decir que el 50% de los nuevos seminaristas en Francia e Inglaterra aspiran a la Misa Tradicional. A mí me parece un gran número, y espero que sea verdad.

Sin embargo, vemos esbozarse esta línea muy claramente, es una línea ascendente, y con el paso de los años vemos que esta tendencia aumenta. Por poner un ejemplo, desde el año pasado, con el problema del Sínodo sobre el matrimonio, sobre la familia católica, se ha visto una oposición más pronunciada entre los dos campos que la que había habido antes. Creo que esto se debe a un fortalecimiento de los conservadores, que crecen, si no en sus números, sí, al menos, en su intensidad, sin duda alguna. Y, por otra parte, la mayoría, que claramente continúa siendo la parte dominante, pero que pierde fuerza, ya no logra imponer sus condiciones, al menos no logra imponer absolutamente todo, como solía hacer anteriormente.

Y así existen estas dos líneas. ¿Cuál es nuestro futuro en esta situación? Ante todo, debemos permanecer firmes. Existe una gran confusión. ¿Quién ganará? Nadie lo sabe. Esto vuelve nuestras relaciones con Roma extremadamente difíciles, porque estamos hablando con un interlocutor sin saber si al día siguiente, el documento en el que finalmente hemos logrado llegar a un acuerdo, tras numerosas discusiones, será, en efecto, el texto definitivo. Fuimos testigos en el 2012 de cómo un documento fue corregido, alterado por una interferencia… por una autoridad superior que, sin embargo, no fue el Papa. Nuevamente surge la pregunta: ¿quién gobierna la Iglesia? Yo diría que ésta es una pregunta muy interesante que permanece sin respuesta. Se trata de fuerzas… indeterminadas.

8. ¿Qué debemos pedirle a la Santísima Virgen?

¡Ah! Muchas cosas. Antes que nada la salvación. Nuestra salvación, la de todas las personas, la de cada una de las almas que llegan a la Fraternidad, que están dispuestas a encomendarse a ella, a sus sacerdotes, y por tanto, pidámosle a Ella la fidelidad para la Fraternidad. Fidelidad a la Iglesia, fidelidad a todo el tesoro de la Iglesia, el cual –sólo Dios sabe por qué, sólo Dios sabe cómo– está en nuestras manos, una herencia extraordinaria que es el tesoro de la Iglesia, el cual no nos pertenece a nosotros, y nuestro único deseo es que vuelva a recuperar su lugar, su verdadero lugar dentro de la Iglesia.

Pidamos el triunfo de la Santísima Virgen. Ella lo anunció. Yo diría que este triunfo se hace esperar, tal vez somos incluso un poco impacientes, especialmente cuando vemos todo lo que está sucediendo y que parece una total contradicción; simplemente se trata de un desarrollo que Dios permite, un juego aterrador y terrible: la falta de correspondencia entre la libertad humana, incluso entre los cristianos, y lo que pide el cielo, esta voluntad del cielo manifestada en Fátima, en otras palabras, la voluntad de Dios, de introducir en el corazón de los cristianos la devoción al Corazón Inmaculado de María, la cual tiene muchas dificultades para prevalecer. Sin embargo, no es tan difícil; ¡es tan hermoso, tan consolador! Y vemos esta gran batalla entre el demonio y Dios, siendo las almas el campo de batalla, las almas que Dios quiso que fueran libres, y que Él quiere ganar, pero no por la fuerza. Bien hubiera podido imponer su majestad, en modo tal que todos los humanos se postraran delante de Él –es lo que sucederá al fin del mundo, pero entonces ya será demasiado tarde-. La batalla debe emprenderse ahora.

Por lo tanto, hay que pedir a Dios que envíe gracias para ganar almas para Él, ¡y hay que colaborar en esta labor! En este sentido, le pediremos muchas cosas. Le pedimos que la Iglesia redescubra todos los elementos que constituyen su misión de salvar a las almas. ¡La única cosa, la primera y la única que le importa a la Iglesia, es salvar las almas!

Con el fin de mantener el carácter distintivo de esta entrevista se ha conservado el estilo hablado.

(Video entrevista grabada por DICI el 4 de marzo, 2016 – Transcripción realizada por DICI el 21 de marzo, 2016)

[1] Ver, en DICI n° 332, del 11 de marzo de 2016, “Noticias de Prensa: Consecuencias de la conferencia de Monseñor de Galarreta en Bailly”.http://www.dici.org/en/news/press-clippings-aftermath-of-bishop-de-galarretas-conference-in-bailly/

[2] Estas precondiciones eran: la Misa Tridentina garantizada a todos los sacerdotes y el levantamiento de las censuras contra la Fraternidad. Ver DICI n° 74, del 12 de abril de 2003. http://www.dici.org/en/news/interview-with-bishop-fellay-superior-general-of-the-society-of-st-pius-x/

[3] Desde octubre del 2009 hasta abril del 2011.

[4] He aquí la respuesta de Monseñor Guido Pozzo, secretario de la Comisión Ecclesia Dei, en la entrevista que concedió a la agencia Zenit, el 25 de febrero del 2016. Pregunta: “Su excelencia, en el 2009 el papa Benedicto XVI levantó la excomunión a la Fraternidad San Pío X. ¿No significa esto que están nuevamente en comunión con Roma?” Respuesta: “Desde que Benedicto XVI levantó la censura de la excomunión de los obispos de la FSSPX (2009), ya no son sujetos a esa grave pena eclesiástica. Sin  embargo, aun después de ese paso, la FSSPX sigue estando en una situación irregular, porque no ha recibido reconocimiento canónico por parte de la Santa Sede. Mientras que la Fraternidad no tenga estatus canónico en la Iglesia, sus ministros no ejercen de modo legítimo el ministerio ni la celebración de los sacramentos. De acuerdo con la frase dicha por el entonces cardenal Bergoglio en Buenos Aires, y confirmada por el papa Francisco a la Comisión PontificiaEcclesia Dei, los miembros de la FSSPX son católicos en camino hacia una comunión plena con la Santa Sede. Esta comunión plena llegará cuando haya un reconocimiento canónico de la Fraternidad.”

[5] Monseñor Pozzo, ibid.: “Es esencial encontrar una convergencia plena en lo necesario para estar en comunión plena con la Santa Sede, concretamente, la integridad del Credo católico, el vínculo de los sacramentos y la aceptación del Magisterio Supremo de la Iglesia.”

[6] Carta del papa Franciso a Monseñor Rino Fisichella, con fecha del 1 de septiembre de 2015, justo antes de empezar el Año Santo: “Por mi propia disposición, establezco que los fieles que durante el Año de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pio X para recibir el sacramento de la reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados.”

[Fuente]

El Papa recibió el pasado viernes a Mons Fellay, Superior de la FSSPX

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El vice-director de la Oficina de Prensa Vaticana, Greg Burke, ha anunciado que el pasado viernes, 1 de abril, hubo un encuentro en Casa Santa Marta entre el Papa Francisco y el Superior General de la Fraternidad San Pío X (FSSPX).

Hemos oído que ha sido un encuentro muy positivo.

ACTUALIZACIÓN: La FSSPX ha informado también sobre la reunión

[Artículo original]

Comunicado de FSSPX sobre autorización de Roma a matrimonios

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 Comunicado de la Casa General sobre la carta de la Comisión Ecclesia Dei a propósito de los matrimonios de los fieles de la Fraternidad San Pío X (4 de abril de 2017)

Como en el caso de las disposiciones tomadas por el Papa Francisco, acordando la facultad de confesar a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para el Año Santo (1° de septiembre de 2015), y extendiendo dicha facultad más allá del mismo (20 de noviembre de 2015), la Casa General se entera de que el Santo Padre ha decidido “autorizar a los Reverendísimos Ordinarios a que concedan las licencias para asistir a los matrimonios de fieles que siguen la actividad pastoral de la Fraternidad” (Congregación para la Doctrina de la Fe del 27 de marzo de 2017, publicada este 4 de abril).

Esta decisión del Sumo Pontífice prevé que: “Siempre que sea posible, el Obispo delegará a un sacerdote de la Diócesis para asistir a los matrimonios (o bien, a un sacerdote de otra circunscripción eclesiástica con las debidas licencias) recibiendo el consentimiento de los cónyuges durante la celebración del matrimonio que en la liturgia del Vetus Ordo se realiza al inicio de la Santa Misa. Ésta la celebra, después, un sacerdote de la Fraternidad”.

Sin embargo, dispone asimismo que: “Allí donde ello no sea posible o no haya sacerdotes de la Diócesis que puedan recibir el consentimiento de las partes, el Ordinario puede conceder directamente las facultades necesarias a un sacerdote de la Fraternidad que celebrará también la Santa Misa, advirtiéndole de la obligación de hacer llegar cuanto antes a la Curia diocesana la documentación del matrimonio celebrado.”

La Fraternidad San Pío X agradece profundamente al Santo Padre por su solicitud pastoral, tal como se expresa por medio de la carta de la Comisión Ecclesia Dei con el fin de disipar “la falta de certeza sobre la validez del sacramento de matrimonio”. El Papa Francisco quiere evidentemente que, como en el caso de las confesiones, todos los fieles que deseen contraer matrimonio en presencia de un sacerdote de la Fraternidad San Pío X, puedan hacerlo sin inquietud sobre la validez del sacramento. Es de desear que todos los obispos compartan la misma solicitud pastoral.

Los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X se abocarán fielmente, como lo hacen desde su ordenación, a preparar al matrimonio a los futuros esposos, según la doctrina inmutable de Cristo sobre la unidad y la indisolubilidad de esta unión (cfr. Mt 19, 6), antes de recibir el consentimiento en el rito tradicional de la Santa Madre Iglesia.

Menzingen, 4 de abril de 2017

El Papa concede a la FSSPX facultades condicionales para celebrar matrimonios

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El cardenal Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y Presidente de la Pontifica Comisión Ecclesia Dei, junto con el secretario Mons. Guido Pozzo, han hecho pública hoy una carta dirigida a los obispos y cardenales en la que se hace pública la decisión del Papa Francisco de conceder a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por Mons. Lefebvre, las facultades necesarias, mediante una formulación un tanto alambicada, para celebrar matrimonios con regularidad canónica, los cuales hasta ahora se estaban acogiendo al Derecho de necesidad.

Sin duda es un nuevo paso cara a la completa regularización, que parecería estar realizándose por etapas.

***

CARTA DE LA PONTIFICIA COMISIÓN «ECCLESIA DEI»
A LOS PRELADOS DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES INTERESADAS
ACERCA DE LA LICENCIA
PARA LA CELEBRACIÓN DE LOS MATRIMONIOS
DE LOS FIELES DE LA FRATERNIDAD DE SAN PÍO X

Eminencia:

Excelencia Rev.ma:

Como Vd. sabe, desde hace algún tiempo se están realizando encuentros e iniciativas para conseguir la plena comunión con la Iglesia de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. En concreto, recientemente el Santo Padre ha decidido conceder a todos los sacerdotes del mencionado Instituto las facultades para confesar válidamente (cf. Carta Apostólica Misericordia et misera, n. 12), asegurando la posibilidad de que la absolución sacramental de los pecados por ellos administrada sea recibida válida y lícitamente.

En la misma línea pastoral, que pretende tranquilizar la conciencia de los fieles –no obstante, que la situación canónica de la Fraternidad S. Pío X continúa siendo, por ahora, objetivamente  ilegítima– el Santo Padre, a propuesta de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de la Comisión Ecclesia Dei, ha decidido autorizar a los Reverendísimos Ordinarios a que concedan las licencias para asistir a los matrimonios de fieles que siguen la actividad pastoral de la Fraternidad, según las siguientes indicaciones.

Siempre que sea posible, el Obispo delegará a un sacerdote de la Diócesis para asistir a los matrimonios (o bien, a un sacerdote de otra circunscripción eclesiástica con las debidas licencias) recibiendo el consentimiento de los cónyuges durante la celebración del matrimonio que en la liturgia del Vetus Ordo se realiza al inicio de la Santa Misa. Ésta la celebra, después, un sacerdote de la Fraternidad.

Allí donde ello no sea posible o no haya sacerdotes de la Diócesis que puedan recibir el consentimiento de las partes, el Ordinario puede conceder directamente las facultades necesarias a un sacerdote de la Fraternidad que celebrará también la Santa Misa, advirtiéndole de la obligación de hacer llegar cuanto antes a la Curia diocesana la documentación del matrimonio celebrado.

 

A los Prelados de las Conferencias Episcopales interesadas

Este Dicasterio confía en Su colaboración con la convicción de que con estas indicaciones no sólo se podrán remover los escrúpulos de conciencia de algunos fieles unidos a la FSSPX y la falta de certeza sobre la validez del sacramento de matrimonio, sino que al mismo tiempo, se avanzará hacia la plena regularización institucional.

El Sumo Pontífice Francisco, el 24 de marzo de 2017, en la audiencia concedida al Cardinal Presidente, ha aprobado la presente Carta y ha ordenado su publicación.

Dada en Roma, en la Sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe,  27 de marzo de 2017.

Gerhard Card. Müller
Presidente

Guido Pozzo
+ Arzobispo tit. de Bagnoregio
Secretario

ACTUALIZACIÓN: Hemos añadido al título la palabra condicional para recalcar que lo concedido no una jurisdicción directa sino condicionada a la actuación bajo el obispo local.


La prelatura personal para la FSSPX podría estar más cerca de lo que parece

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Para el sitio bergogliano Faro di Roma, en un artículo de Abr-10-2017, el anuncio del establecimiento de la posible prelatura personal para la FSSPX/SSPX “podría venir en Fátima, el 13 de mayo próximo”.

Por otra parte, el sitio de internet del Seminario de la FSSPX/SSPX en Zaitzkofen en Alemania, al hacer la reseña de las recientes ordenaciones al Subdiaconado conferida por el obispo Tissier de Mallerais, el pasado Abr-01-2017, la finalizaba escribiendo la siguiente frase (énfasis añadido):

Los cinco levitas recibirán enseguida el Diaconado, y luego, en junio de 2018, subirán al altar como sacerdotes. Tal vez la Fraternidad ya habrá para entonces sido establecida como prelatura personal por Roma.

¿Y por qué hemos escrito “finalizaba”?, pues porque la nota ahora aparece editada suprimiéndole la frase que arriba aparece resaltada, pero inicialmente sí estaba, como lo denota la captura de pantalla del artículo original, la cual incluimos con la desaparecida frase resaltada.

Así que el establecimiento, o por lo menos el anuncio, de la prelatura personal para la FSSPX/SSPX, parecería ser cosa de días.

La regularización de la obra del arzobispo Lefebvre

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Nota del editor: esta es una versión ampliada de un artículo que apareció en una reciente edición impresa de The Remnant. Lo reproducimos aquí en aras de fomentar un debate constructivo sobre lo que podría llegar a ser (si sucediese) el acontecimiento más significativo en la Iglesia desde Summorum Pontificum. Estas discusiones en anticipación del hecho a mi me parecen apropiadas, y no deben interpretarse como un ataque a aquellos que están a favor de la regularización. Hay hombres de bien en ambos lados de este tema, lo que sigue es únicamente la opinión de un hombre que podría estar muy equivocado. Esto es lo que yo veo —alguien ajeno a esas deliberaciones— así que el lector es perfectamente libre de descartar mi desasosiego y continuar siendo mi hermano y compañero de lucha. MJM

The Remnant no trafica en rumores. Sin embargo, los rumores han abundado durante los últimos meses en torno a una inminente regularización de la Fraternidad de San Pío X, culminando finalmente con una confirmación por parte del Superior General, el obispo Bernard Fellay, en el sentido de que estos son más que simples rumores y que el asunto está lejos de ser resuelto.

Dado que la misión del Papa Francisco es socavar todo cuanto sea católico, cualquier «regularización» de la FSSPX por el Vaticano —independientemente de las condiciones— inevitablemente causa recelo entre los amigos de la FSSPX. El obispo Fellay entiende esto, me parece, y sabe que la raíz de esa inquietud es solamente zozobra por la FSSPX. Él mismo, de hecho, comparte esas preocupaciones. Su excelencia aseveró recientemente, en una entrevista ampliamente divulgada, que a pesar de que Roma parece buscar la regularización «eso no significa que vamos a asentir a ello, debemos proceder con gran prudencia,  asegurar nuestro futuro y evitar así cualquier posibilidad de una trampa. Por lo tanto, no nos moveremos con prisa en torno a esta situación».

Sabias palabras. A estas alturas, dadas las injusticias a que el Papa Francisco y sus sicarios eclesiales han sometido a los  Franciscanos de la Inmaculada, por ejemplo, por su deriva hacia la tradición, algunos de nosotros no podemos imaginar que cualquier intento de regularización del Vaticano sea ni más ni menos que una posible trampa. Después de todo, un Papa que se las arregló para de socavar la milenaria Orden Soberana de los Caballeros de Malta debe tener suficiente confianza en su habilidad de sacarle la vuelta a una flamante prelatura personal de la FSSPX.

Sea como sea, es difícil imaginar —dada la estructura jerárquica de la Iglesia— al Papa comprometido a las condiciones de la prelatura de cualquier simple fraternidad de sacerdotes católicos. Fue, ante todo, el abuso de poder del Vaticano, y no la crítica al Concilio Vaticano II y a la Nueva Misa por parte de la FSSPX, lo que dio lugar al «cisma». Proponer que, en caso de que ocurriesen arbitrariedades parecidas después de la «regularización», la FSSPX podría simplemente «resumir su camino anterior» es ignorar la abrumadora eficacia de la estrategia de dividir y conquistar que el Vaticano ha utilizado hasta el momento.

Es más, si el Papa Francisco efectivamente quiere ofrecer una regularización incondicional ¿qué se lo impide? Con una guinda de su bolígrafo pontificio la FSSPX quedaría regularizada esta misma noche, y san se acabó. El hecho de que no ha sido así da a no pocos de nosotros mucho que pensar acerca de sus intenciones.

Hay aquí, también, una cuestión de justicia natural que debemos considerar: ¿Está el Vaticano dispuesto a pedir perdón póstumamente a Mons. Lefebvre por la grave injusticia que fue perpetrada en su contra, un hijo tan fiel a la Iglesia del siglo XX? ¿Está el Vaticano dispuesto a agradecer a la FSSPX haber preservado la tradición de la Iglesia durante el último cuarto de siglo? ¿O acaso está el Vaticano empeñado en proseguir con tesón un programa ultra modernista que se beneficiaría de recuperar el control de su oposición tradicionalista más poderosa?

Cierto, dice el argumento, pero la FSSPX tendría una prelatura personal que les permitirá seguir adelante, ¡tal como son! ¿En serio? ¿Desde cuándo funciona  la Iglesia de esa manera? Estamos hablando de una institución jerárquica en la que la FSSPX , me parece, podría «seguir adelante ¡tal como son!» mientras que el tipo a cargo se los permita. Incluso en una Prelatura quedarían sujetos a los caprichos del Papa Francisco, de quien necesitarían permiso para seguir criticando el Vaticano II y la Nueva Misa. ¿Desde cuándo reciben los contrarrevolucionarios permiso de los revolucionarios para oponerse a la revolución? A simple vista parece un absurdo.

En su sermón en ocasión de las consagraciones Episcopales de 1988 en Econe, Suiza, Mons. Lefebvre dejó muy claro que su decisión de seguir adelante sin el favor del Vaticano no era simplemente una medida prudente para salvar a su Sociedad. Aquel día un viejo soldado con el corazón quebrantado se fue a la guerra; y no, no estaba cabildeando por el derecho de criticar ciertos elementos del Segundo Concilio Vaticano. El arzobispo comprendió que Satanás había dado un golpe de estado en Roma, que su obligación era tomar una decisión consciente para hacer frente a un Vaticano que había traicionado a la Iglesia.

«Nos volvemos a la Santísima Virgen María», dijo el arzobispo aquel día fatídico. «Bien sabéis… de la visión profética de León XIII, donde se revela que un día “la Sede de Pedro sería ocupada por la iniquidad”… ¿Se habrá cumplido ya? ¿Lo será mañana? No lo sé. Pero, en cualquier caso, ya se ha presagiado. La iniquidad puede, sencillamente, ser el error. El error es iniquidad: no profesar la fe inmemorial, la fe católica, es un grave error. Si alguna vez hubo iniquidad, hela aquí. Y creo sinceramente que jamás ha habido mayor iniquidad en la Iglesia que Asís [la reunión ecuménica de oración de las religiones del mundo en 1986], algo contrario al primer mandamiento de Dios y al primer artículo del credo».

El arzobispo encaminó entonces sus pensamientos a Nuestra Señora del Buen Suceso: «hace poco, el sacerdote  encargado del Priorato de Bogotá, Colombia, me trajo un libro acerca de la aparición de Nuestra Señora del Buen Suceso… Nuestra Señora profetizó sobre el siglo veinte, diciendo explícitamente que durante la mayor parte de ese siglo y durante el siglo XIX los errores se generalizarían cada vez más en la Santa Iglesia y la pondría en una situación catastrófica. La moral se corrompería y la fe desaparecería. Parece imposible no ver que ya está ocurriendo hoy».

Más adelante, en una emotiva nota personal: «Perdón por insistir en este relato de la aparición, pero Nuestra Señora habla de un prelado que se oponen terminantemente a esta ola de apostasía e impiedad, salvando el sacerdocio con la formación de buenos sacerdotes. No quiero decir que la profecía se refiere a mí; pueden ustedes llegar a sus propias conclusiones al respecto. Pero me quedé estupefacto al leer esas líneas y no puedo negar que existen, ya que están registradas y depositadas en los anales de esta aparición».

Mons. Lefebvre  no parece aquí demasiado preocupado por obtener permiso sencillamente para «dedicarse a la experiencia de la tradición». No parece estar simplemente solicitando una coexistencia ecuménica pacífica de la Sociedad dentro de la «comunidad católica cristiana». Por el contrario, reconoce su deber sagrado ante Dios de oponerse abiertamente al pernicioso mal dentro de la Iglesia —mal contra el que fuimos alertados por Nuestra Señora misma.

«Ustedes, por supuesto, bien saben de las apariciones de Nuestra Señora de La Salette, donde nos dice que Roma perderá la fe, que habrá un “eclipse” en Roma; un eclipse, ven ustedes lo que Nuestra Señora quiso decir con esto», les recordó a sus oyentes aquel aciago día Mons. Lefebvre. Traía también a Nuestra Señora de Fátima en la mente: «(…) finalmente, aún más cerca de nosotros, el secreto de Fátima. Sin duda, el tercer secreto de Fátima debe haber hecho alusión a esta oscuridad que ha invadido a Roma, esta oscuridad que ha invadido el mundo desde el Consejo». A lo que añado que esta oscuridad sólo se ha tornado aún mas turbia durante el reinado del Papa Francisco en Roma.

El arzobispo estaba sentando las bases de una oposición total al Vaticano y a su revolución modernista, no sólo a algunos aspectos problemáticos de uno o dos de los documentos del Consejo. Y casi treinta años después esa situación mala es ahora peor; incluso muchos comentaristas «neo-católicos» suenan hoy la misma alarma de monseñor Lefebvre de hace treinta años. La reivindicación total del arzobispo Lefebvre y su histórica defensa de la tradición católica está ya a la mano. ¿Será eso lo que tiene preocupado al Papa Francisco?

¿Qué haría yo si estaría en el lugar del obispo Fellay? Soy laico y por lo tanto el punto es irrelevante. Sería mucho más fácil para mí, un simple laico, informar respetuosamente a los actuales progresistas traidores a cargo del Vaticano que, mientras ellos sigan haciéndole la guerra a la Iglesia de Cristo, yo seguiría haciéndoles la guerra a ellos.

Explicaría en seguida a mi electorado que simplemente no me sería posible oponerme al pontificado más peligroso de la historia una vez aceptada la mano amistosa y la regularización de ese mismo pontificado, el mismo que ahora me declara «aceptable», un Vaticano que creo que Dios considera inaceptable.

Sin embargo, yo no soy obispo. Conozco y respeto al obispo Fellay, y estoy más que seguro que está haciendo precisamente lo que él cree que es lo mejor para la Iglesia. Es un sacerdote bueno y santo. Mas, tendrá que ser paciente con sus obstinados hijos —dentro y fuera de la Sociedad— que temen que sin la «red de seguridad» que es la FSSPX , el futuro de la contrarrevolución católica, como un todo, puede estar en peligro. La Fraternidad de San Pedro no es la única institución que prospera a la sombra de la FSSPX (algunos la llaman la «póliza de seguro»). A través de los años muchos de nosotros cobramos el valor y la inspiración necesarios para mantener la fe y la lucha sabiendo que seiscientos sacerdotes y un millón de fieles se mantenían firmes en contra de un Vaticano diabólico y desorientado.

No me parece que la Fraternidad de San Pío X requiera «regularización» para alcanzar plena comunión dentro de la Iglesia de Cristo; pero me temo que el Vaticano si podría estar sufriendo de una falta de regularización.

¿Qué debe hacer el obispo Fellay? Sinceramente no lo sé. Ruego que Dios lo guíe y lo haga inmune a las seducciones del romanismo. Bien puede ser que la voluntad de Dios sea que la FSSPX llegue a un acuerdo con el Vaticano que a su vez de entrada a una nueva era de restauración tradicionalista desde dentro. Esto es difícil de imaginar, sin duda, pero no conocemos las sendas de la Providencia y no debemos interponernos en su camino tampoco. ¿Qué sabe uno? Es posible que ya se haya llegado la hora. Debemos orar para que en efecto así sea, rogar a Dios que utilice la regularización de la FSSPX (si es que el rumor se convierte en realidad) para que la tradición florezca una vez más en el corazón de la Iglesia y que promueva una verdadera restauración, como las reformas de Cluny del siglo XI.

Por otro lado, una apropiación del Vaticano de la fraternidad sacerdotal más grande de la contrarrevolución católica en la víspera de la creación de un nuevo orden mundial ateo podría ser todo menos la voluntad de Dios. Cualquier estudioso de la naturaleza humana sin duda encontraría difícil comprender por qué los modernistas del Vaticano desearían aprobar una orden mundial de sacerdotes tradicionalistas que se dedicarían a oponerse vigorosamente a la agenda del Vaticano en todo el urbe. Parecería, al menos, un acto contradictorio de su parte y deja a muchos preguntándose ¿qué motivo puede tener el Vaticano que sea honesto?

Hay que recordar que el Vaticano ha logrado éxitos sorprendentes minando a la Iglesia: la Misa latina tradicional era la única Misa en el Rito romano hace cincuenta años. Ya saben cómo evadir el problema de la Misa, eso está ya comprobado. Lo que les parecen más preocupante, por ahora, es una resistencia insobornable, organizada y pública a su agenda. Nos devolverán la Misa mientras que la boca permanezca cerrada y la contrarrevolución vigorosa sea abandonada.

Y mientras consideramos el futuro del movimiento tradicional católico y oramos por la inspiración del Espíritu Santo en cuanto a la dirección de la FSSPX, fijemos la mirada al pasado y recordemos cómo fue que empezó todo esto: con una revolución sin precedentes en la Iglesia que causo que hombres buenos siguieran a Pablo y resistieran a Pedro cara a cara. He aquí una carta abierta al Santo Padre de Mons. Lefebvre y del obispo Castro-Mayer de hace casi treintaicinco años. Jamás debemos olvidar los sacrificios de estos hombres nobles, que se convirtieron en parias en la Iglesia de Cristo por el bien de Cristo mismo.

Michael Matt

(Traducido por Enrique Treviño. Artículo original)

***

Carta abierta al Papa (manifiesto Episcopal)

Rio de Janeiro, 21 de noviembre de 1983

Santo Padre:

Permítanos Su Santidad presentar de manera absolutamente filial las siguientes consideraciones:

Durante estos últimos veinte años la situación en la Iglesia es tal que parece una ciudad ocupada.

Miles de miembros del clero y millones de fieles viven en un estado de angustia y perplejidad debido a la «autodestrucción de la Iglesia». Están siendo lanzados a la confusión y al desorden por los errores contenidos en los documentos del Segundo Concilio Vaticano, las reformas postconciliares, las reformas litúrgicas especialmente, las nociones falsas difundidas en documentos oficiales y los abusos de poder perpetrado por la jerarquía.

En estas circunstancias angustiantes, muchos están perdiendo la fe, la caridad se ha tornado fría y el concepto de la autentica unidad de la Iglesia en el tiempo y en el espacio está desapareciendo.

En nuestra capacidad como obispos de la Santa Iglesia católica y sucesores de los apóstoles, nuestros corazones se sienten abrumados al contemplar, por todo el urbe, las muchas almas que están desconcertadas y sin embargo deseosas de mantener la fe y la moral que ha sido definida por el Magisterio de la Iglesia y enseñada por ella de manera constante y universal.

Nos parece que permanecer en silencio en estas circunstancias sería convertirnos en cómplices de estas obras perversas (cf. II Jn II).

Por estas razones, y considerando que todas las medidas que hemos emprendido en privado durante los últimos quince años han permanecido ineficaces, nos vemos obligados a intervenir públicamente ante Su Santidad para denunciar las causas principales de esta trágica situación y suplicar a Su Santidad usar su poder, como Sucesor de Pedro, para «confirmar a sus hermanos en la fe» (Lc 22,32) que nos ha sido fielmente transmitida por la tradición apostólica.

Con ese fin adjuntamos a esta carta un apéndice que contiene los errores principales y el origen de esta trágica situación y que, además, ya han sido condenados por vuestros predecesores.

La siguiente lista describe estos errores, mas no es exhaustiva:

1. La noción «latitudinaria» y ecuménica de la Iglesia —dividida en su fe— condenada en particular por el Syllabus, Nº 18 (DS 2918)

2. Un gobierno colegiado y una orientación democrática en la Iglesia, condenada en particular por el Concilio Vaticano I (DS 3055).

3. Una noción falsa de los derechos naturales del hombre, que aparece claramente en el documento sobre la Libertad Religiosa [del Vaticano II] y fue condenada en particular por Quanta Cura (Pío IX) y en Libertas praestantissimum (León XIII) .

4. Una noción errónea del poder del Papa (cf. DS 3115).

5. Una noción protestante del Santo Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos, condenada por el Concilio de Trento, Sesión XXII.

6. Por último, y de manera general, la propagación profusa de herejías, caracterizada por la supresión del Santo Oficio.

Los documentos que contienen estos errores causan una inquietud y un desorden tanto más profundos cuanto que provienen de una fuente tan elevada.  El clero y los fieles más conmovidos por esta situación son, por otra parte, los que están más apegados a la Iglesia, a la autoridad del sucesor de Pedro y al Magisterio tradicional de la Iglesia.

Santísimo Padre, es urgente y necesario que esta confusión llegue a su fin, porque las ovejas se dispersan y las ovejas abandonadas siguen ya a mercenarios. Le rogamos, por el bien de la fe católica y por la salvación de las almas, reafirmar las verdades contrarias a estos errores, las verdades que la Iglesia ha enseñado durante veinte siglos.

Es con el ánimo de San Pablo ante San Pedro, cuando aquel le reprochó no haber seguido «la verdad del Evangelio» (Gl 2,11-14), con el cual os hablamos. Su propósito no era otro que proteger la fe del rebaño.

San Roberto Belarmino, expresó un principio moral general en este caso, afirmando que uno debe resistir al pontífice cuya acción sería perjudicial para la salvación de las almas (De Rom. Pon. 1,2,x.29).

Es entonces con el propósito de asistir a Su Santidad que proferimos este grito de alarma, que se vuelve aún más urgente por los errores, por no decir herejías, del nuevo Código de Derecho Canónico y por las ceremonias y discursos con motivo del quinto centenario del nacimiento de Lutero. Sinceramente, hemos llegado al límite.

Que Dios venga en vuestra ayuda, Santo Padre; oramos sin cesar por vos a la Bienaventurada Virgen María.

Dígnese a aceptar nuestros sentimientos de filial devoción.

Firmado: Mons. Marcel Lefebvre
Seminaire International S. Pie X
Econe 1908 Riddes (Suiza)

Firmado: Mons. Antonio de Castro-Mayer
Rua Riachuelo 169
C.P. 255 28100 Campos (RJ) – Brasil

George Weigel y la FSSPX

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En su artículo más reciente, George Weigel decidió que la Santa Sede no debe ofrecer a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, una prelatura personal. A través de las declaraciones del arzobispo Guido Pozzo, el secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, y del obispo Bernard Fellay, general superior de la Fraternidad, pareciera que la el ofrecimiento actual es el de una prelatura personal. Es más, pareciera que la Santa Sede no está insistiendo en la sumisión de la Fraternidad a cada punto y coma de los documentos del Concilio Vaticano Segundo. Estas son grandes noticias.

Muchos comentaristas informados observaron que las negociaciones del 2012 entre Roma y la Fraternidad se interrumpieron abruptamente por la insistencia de las autoridades romanas sobre esta sumisión. El arzobispo Pozzo admitió en entrevistas públicas que hay niveles de autoridad en los documentos de ese “concilio pastoral” y que puede no ser necesario un asentimiento total.

Por supuesto, se huele desde el principio que Weigel quiere, literalmente, ser más católico que el Papa. La forma del papa Francisco de manejarse sobre el asunto de la Fraternidad demuestra que reconoce a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X como completamente católica y con derecho a un estatus canónico. Casi por iniciativa propia, confirió a los sacerdotes de la Fraternidad la facultad para escuchar confesiones. También otorgó un proceso por el cual los sacerdotes de la Fraternidad pueden atestiguar matrimonios legalmente. Si bien la Fraternidad argumenta que ya había recibido jurisdicción para estos actos, sucede que todavía hay algunas diferencias entre los sacerdotes de la Fraternidad y los sacerdotes parroquiales comunes. (Excepto que por lo general, los sacerdotes de la Fraternidad están mejor preparados y más deseosos de hacer el trabajo pesado de un pastor). Todo esto lo ha decretado el Sumo Pontífice, pero George Weigel sabe más que él.

El argumento de Weigel es este: la FSSPX “disiente” respecto a la enseñanza de la Iglesia sobre la libertad religiosa, la enseñanza expuesta en la Declaración del Concilio Vaticano Segundo sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae. Él asegura que el supuesto disentimiento de la Fraternidad se basa en la política francesa tras la revolución, en lugar del “la responsabilidad de la historia de la doctrina entre la Iglesia Católica y el estado”. Sin embargo, su alegato es completamente autoritario y poco serio. Tenemos el ipse dixit de Wigel y eso es todo. De hecho, es más fácil descifrar lo que Weigel no dice por su prisa en acusar como disidente a la Fraternidad. Por ejemplo, Weigel no habla de la dubia del arzobispo Lefebvre sobre Dignitatis humanae, presentada a la Congregación para la Doctrina de la Fe, la cual no recibió una respuesta justificada, punto por punto, sino una vaga respuesta general de un peritus anónimo. Weigel tampoco menciona a Mirari vosQuanta curaImmortale DeiLibertas praestantissimum, ni ninguno de los pronunciamientos papales sobre la libertad religiosa previos a 1965. Y Weigel tampoco muestra signos de haber considerado los trabajos más recientes sobre Dignitatis humanae de académicos tales como el profesor Thomas Pink.

Por supuesto que no queda claro que la Fraternidad realmente disienta o rechace la enseñanza de la Iglesia. Con el texto y la propia historia de Dignitatis humanae, no está claro lo que Dignitatis humanae significa realmente y, por lo tanto, es imposible decir lo que es disentir con él. Incluso si la Declaración fuera totalmente clara, no resolvería la cuestión. En el 2014, la Comisión Teológica Internacional publicó un documento extenso, “El Sensus fidei en la vida de la Iglesia,” que discutía el sensus fidei, “una especie de instinto espiritual que capacita al creyente para juzgar de manera espontánea si una enseñanza o práctica en particular es o no es conforme con el Evangelio y con la fe apostólica” (par. 49). El documento observa que, “Advertidos por el propio sensus fidei, los simples creyentes pueden llegar a refutar el asentimiento a una enseñanza de los propios pastores legítimos si no reconocen en tal enseñanza la voz de Cristo, el Buen Pasto” (par. 63). Considerando las precisas distinciones entre Dignitatis humanae y las enseñanzas de Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, y otros buenos y santos Papas, es decididamente razonable discutir la posición de la Fraternidad en términos de la reacción al auténtico sensus fidei. Con esto en mente, debemos preguntarnos si no es George Weigel quien apuesta a una posición debido a fuertes razones políticas.

Las cosa van de mal en peor cuando Weigel explica por qué el supuesto disentimiento de la Fraternidad es un problema. A Weigel le preocupa que reconocer a la Fraternidad y darle una prelatura personal aliente a los disidentes liberales. Dado que la Fraternidad identifica inconsistencias entre Dignitatis humanae y la enseñanza tradicional de la Iglesia—nacidas de todas esas polvorientas encíclicas que Weigel ignora—los modernistas elaborarían un caso para “disentir fielmente” con Humanae vitae y Ordinatio sacerdotalis. La declaración de Weigel es tan extraña como ridícula. En primer lugar, los modernistas no tuvieron problema en asegurarse el derecho al disenso fiel, incluso durante los años en que absolutamente todos pensaban que la Fraternidad era “cismática”. San Pío X nos advirtió en Pascendi que el disenso y la tensión están entre los métodos más preferidos por los modernistas. 

Ese gran Papa demostró estar en lo cierto una y otra vez, independientemente de la cuestión de la Fraternidad que lleva su nombre. No hay razones para creer que otorgar a la Fraternidad el reconocimiento jurídico que le corresponde, envalentonaría a los modernistas, solo porque es imposible creer que en el 2017 los modernistas podrían ser más osados.  El argumento de Weigel es más que ridículo en tanto que intenta decir que las preguntas permanentes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X sobre Dignitatis humanae (entre otras cosas) equivalen a las herejías modernistas. Consideremos esto: los sacerdotes de la Fraternidad sostienen que Dignitatis humanae es difícil de reconciliar con las enseñanzas de Gregorio XVI, Pío IX, León XIII y otros buenos y santos Papas. Ellos siguen su propio sensus fidei, apelan al magisterio universal, incluyendo las enseñanzas de esos Papas, y piden clarificación a las autoridades romanas. Después de largas décadas de hostilidad y silencio de las autoridades romanas, el arzobispo Pozzo se anima a tomar una posición en pos de clarificar la situación, una clarificación adicional que podría desarrollarse tras un cuidadoso análisis. Equiparar este proceso—un proceso que refleja verdadera sumisión al magisterio universal—con el clamor modernista a favor de la ordenación de mujeres y la bendición de uniones sodomíticas es de no creer, pero parece que Weigel quiere hacer justamente eso.

Weigel nunca va al punto. Él sugiere que darle a la Fraternidad el reconocimiento jurídico que merece desde hace tiempo, dañaría la divulgación ecuménica y la nueva evangelización. Aparentemente, Weigel no sabe que la nueva evangelización es letra muerta desde el 13 de marzo del 2013, cuando se anunció la elección del papa Francisco. Y es imposible imaginar cómo la Fraternidad podría dañar la divulgación ecuménica, cuando el papa Francisco se lo pasa haciendo gestos ecuménicos a cada rato. La única explicación posible para el argumento incoherente de Weigel es que se ha adherido a la visión de que el Concilio Vaticano Segundo es el momento más significativo en la vida de la Iglesia, después de Pentecostés. A decir verdad, una facción de la Iglesia cree justamente eso. Y es una facción con un considerable poder. Por lo tanto, según Weigel, negarle reconocimiento jurídico a la Fraternidad—a pesar de su catolicismo evidente y el infatigable trabajo pastoral de sus buenos y santos sacerdotes—“reforzaría la noción de que la doctrina no tiene que ver con la verdad, sino con el poder.”

P.J. Smith

[Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original.]

La des-demonización de la FSSPX II: El Obispo Rey hace su movimiento

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La semana pasada informamos sobre la decisión del obispo Alain Planet de la diócesis francesa de Carcasona de dar privilegios a los sacerdotes de la FSSPX para celebrar matrimonios dentro de esa diócesis. Esta semana recibimos noticias similares de la diócesis de Fréjus-Toulon. No hay nada sorprendente en esto ya que la diócesis está pastoreada por el obispo Dominique Rey, que ha demostrado ser un firme defensor de la tradición. Su Excelencia da la bienvenida en su seminario a los hombres que prefieren ofrecer la misa con el rito tradicional y con regularidad ordena a los hombres de acuerdo con ese rito.

A continuación se muestra el decreto de Su Excelencia:

Teniendo en cuenta la carta de fecha 27 de marzo 2017, relativa a la autorización de matrimonios de fieles celebrada por los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (SSPX), que la Pontificia Comisión Ecclesia Dei dirige a los Ordinarios de las Conferencias Episcopales involucradas;

Teniendo en cuenta los términos del Canon 1111 § 2;

Por la presente se decreta:

Artículo 1 – Confirmamos a nuestro Canciller la delegación permanente en materia matrimonial que hemos otorgado a él desde el 13 de junio de 2013. El será nuestro referente sobre esta cuestión particular sobre el matrimonio.

Artículo 2 – Cada sacerdote miembro de la FSSPX tendrá, a partir de la fecha de la firma de este decreto, en el territorio de nuestra diócesis de Fréjus-Toulon, la delegación necesaria para recibir válidamente el intercambio de los consentimientos entre los cónyuges que apelan a los sacerdotes de la FSSPX por su matrimonio.

Artículo 3 – Esta delegación se otorga de acuerdo con el siguiente protocolo:

  1. Si el matrimonio se celebra en una iglesia o un oratorio de la FSSPX, el sacerdote miembro de la FSSPX informará por correo a nuestro Canciller. Este último le dará una forma del documento que acredite la celebración del matrimonio por un sacerdote de la FSSPX en el territorio de la diócesis de Fréjus-Toulon (modelo que se adjunta a este decreto). El matrimonio se registrará en los registros de la FSSPX. Una copia de estos registros se enviará anualmente a la cancillería de la diócesis de Fréjus-Toulon.
  2. Si el matrimonio se celebra en una iglesia parroquial de la diócesis, el sacerdote miembro de de la FSSPX estará de acuerdo con el párroco sobre el día y la hora de la celebración e informará de antemano por correo postal a nuestro Canciller. Este último le dará una forma del documento que acredite la celebración del matrimonio por un sacerdote de la FSSPX en el territorio de la diócesis de Fréjus-Toulon. Para la distribución del casual y la expedición se procederá de la siguiente manera: el casual se devolverá a la FSSPX y la expedición a la parroquia que recibe. El matrimonio se inscribe en el Registro de la Parroquia.

Artículo 4 – La ejecución de este decreto se confía al Canciller, a los párrocos de la diócesis de Fréjus-Toulon y al superior local de la FSSPX; El decreto será publicado en nuestra revista mensual oficial, Eglise de Fréjus-Toulon.

A pesar de todas las cosas contrarias.

Dado en Toulon, el 4 de mayo de 2017, bajo nuestro sello y nuestra firma y aval de Nuestro Canciller.

+ Dominique Rey, obispo de Frejus-Toulon

Abad Alex Campo, Canciller

[Traducido por Rocío Salas. Artículo original.]

El Vaticano y la Fraternidad San Pío X: Perspectivas para el 2019

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por Côme de Prévigny  (artículo ajeno)

La visita del pasado noviembre del Padre Davide Pagliarani, nuevo Superior General de la Fraternidad San Pío X (FSSPX) a la Comisión Ecclesia Dei en Roma, ha revivido el eterno asunto de las relaciones entre la Santa Sede y la fraternidad fundada en 1970 por el Arzobispo Marcel Lefebvre, levantando especulaciones sobre la posibilidad de que la sociedad sea oficialmente reconocida por el Vaticano. Los analistas se preguntan si la postura que ha tomado el mando de la FSSPX quiere la regularización o no. Aquí y allá, el comentador se esfuerza por saber si los acuerdos doctrinales deberían alcanzarse antes de considerar un acuerdo práctico, alcanzando una situación que se parece a la de hace 15 años atrás. ¿Pero a dónde, concretamente, deberían llevar estas discusiones? ¿Deberían ellos esperar a que Roma finalmente condene el Concilio Vaticano II, o más bien alcanzarían algunas garantías? Este punto debe aún ser clarificado.

La actual situación canónica de la Fraternidad San Pío X está mayormente normalizada. La Misa que celebran sus miembros es la misma que todos los sacerdotes del mundo pueden rezar o cantar siguiendo el Motu Proprio Summorum Pontificum del 7 de julio de 2007. Las condenaciones que pesaban sobre los obispos de la Fraternidad fueron levantadas por un decreto firmado el 21 de enero de 2009. En 2015, la Santa Sede garantizó a su Superior General el poder de juzgar en el primer escalón de la jurisdicción. La validez de las confesiones oídas por sus sacerdotes fue reconocida por la Carta Apostólica Misericordia et Misera, del 20 de noviembre de 2016.

En ese mismo año, la Pontificia Comisión Ecclesia Dei pidió a los obispos en cuyas diócesis están establecidos los seminarios de la Fraternidad, aceptar las ceremonias de ordenación que allí se realizan. Los matrimonios celebrados frente a los sacerdotes de la Fraternidad son finalmente reconocidos en plenitud por Roma, como lo testimonia una carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 27 de marzo de 2017. Este documento va incluso más allá: pide a los sacerdotes de la Fraternidad que envíen sus registros probando la celebración de casamientos a las cancillerías diocesanas. Estos registros se organizan junto a los de todas las parroquias y comunidades en una situación perfectamente regular. Implícitamente, puesto que las sanciones han desaparecido y puesto que los sacerdotes han recibido el mandato canónico de administrar varios sacramentos, la Fraternidad ha encontrado de nuevo su estatus original, que fuera abolido el 6 de mayo de 1975, y se comporta, de facto, como una prelatura personal.

Aquellos que se han acostumbrado a rechazar todo tipo de regularización, puesto que temen que lleguen malas influencias a través de los lazos canónicos, han remarcado fuera de toda duda que estas ramas se han reinjertado casi completamente. Nada falta a la Fraternidad, excepto quizás una Corte de apelaciones eclesiásticas, para procedimientos canónicos que la estructura de una Prelatura permitiría. Algún día, la Fraternidad tendrá también la necesidad de renovar sus obispos. En el contexto actual, uno no ve por qué el Papa evitaría garantizarlos para la Fraternidad. La Fraternidad se ha convertido, al fin, en un automóvil que tiene todos los elementos para moverse hacia delante: una carrocería, ruedas, volante, asientos… todos los elementos están nuevos y no falta nada. Debido a un estado de tensión, tanto interna como externa, sobre el asunto de la regularización (sin dudas en razón del actual pontificado), todo lo que falta es una licencia que apruebe su estatus, pero las patrullas de control vial diseminadas en todo el mundo saben que el automóvil puede moverse como quiera. Hallar una iglesia para celebrar un matrimonio o para peregrinar, ya no presenta ninguna dificultad: ese ya no es el problema. El Papa lo ha decidido.

Los fieles de todas partes pueden visitar las iglesias de la Fraternidad. Su conciencia ya no puede ser sujeta a la angustia o ansiedad. Esto ha quedado relegado por los textos pontificios. Entonces bien, ¿cuándo será oficialmente definitiva una regularización que ha sido casi completamente alcanzada por etapas? ¿Ha tomado lugar ya in pectore? ¿Tendrá lugar uno de estos días en el reverso de un sobre, como sellando todo lo que ya ha sido garantizado? Es posible. En cualquier caso, la Santa Sede ha garantizado, en un nivel práctico, todas las funciones sacerdotales a los miembros de la FSSPX. La apreciación de catolicidad se ha realizado a largo plazo, y no en vista a condiciones que todavía deben ser completadas. Y es sólo un asunto de justicia a la obra del Arzobispo Lefebvre el que sea así reconocida. Y eso es, simplemente, lo que él mismo siempre pidió.

(Traducido por Johannes Nimius. Artículo original)

¿Con aprobación pontificia? Inesperadamente, un nuevo obispo para la Fraternidad San Pío X

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Hace apenas un par de semanas, Rorate Caeli publicó un análisis de las iniciativas del papa Francisco con relación a la Fraternidad San Pío X: El vaticano y la Fraternidad San Pío X: perspectivas para el 2019.

En dicho análisis, nuestro corresponsal nos revelaba que el Papa y la FSSPX se acercan a pasos agigantados a la plena regularización, si bien «por etapas».

Junto con la supresión de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei firmada el pasado día 17, que igualmente señala una vía de «regularización por etapas» de la FSSPX, otra noticia fechada en el mismo día aclara lo que sucedió:

Tomado de la revista francesa Monde & Vie:

Un nuevo obispo para la FSSPX

Desde hace algunos meses, monseñor Huonder, obispo de Coire (Suiza), pensaba irse a vivir, una vez jubilado, con la Fraternidad San Pío X. Ahora ya es oficial: monseñor Huonder, considerado conservador, no sólo es amigo de la FRATERNIDAD, sino que además es bastante allegado al papa Francisco, que había rechazado su dimisión en 2017 [Véase la nota publicada por Rorate en aquel entonces]. Dicho de otro modo: ¡que al jubilarse se puede ir a la FSSPX como a cualquier otra congregación religiosa! Según nuestros informes, monseñor Huonder se trasladaría a una escuela regentada por la Fraternidad en Suiza. En resumidas cuentas, se trata de una muestra de la «regularización por etapas» de la Fraternidad avalada por el papa de las periferias. He aquí una prueba más de la normalización de la Hermandad. [Monde & Vie, 17 de enero de 2019, nº 965, p. 19]

Monseñor Huonder tiene 76 años, y desde hace un tiempo deseaba retirarse. En su extensa diócesis se encuentra la ciudad más populosa de Suiza, Zurich, y muchos de los miembros más influyentes de su grey no ven con muy buenos ojos su mentalidad conservadora.

Le Salon Beige revela, y las fuentes de Rorate lo confirman, que la escuela a la que se irá a vivir monseñor Vitus Huonder es el Instituto Sancta Maria, internado masculino ubicado en Wangs, cantón de San Galo. Le Salon Beige corrobora que, por supuesto, el Sumo Pontífice está al corriente de la decisión de Huonder, y la aprueba tácitamente.

Instituto Sancta Maria, internado masculino de la FSSPX ubicado en Wangs, cantón de San Galo

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

Summorun Pontificum y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X

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Últimamente observo en ciertos ambientes “conservadores” algo tan de moda como pretender reescribir la historia. El último intento, consistiría en atribuir el “origen” del Motu proprio Summorum Pontificum al esfuerzo de asociaciones de laicos -por otra parte muy encomiable en líneas generales-, y al interés de los propios papas postconciliares por el Misal de 1962, el cual, además, si no se produjo antes, sería debido al entorpecimiento de “grupos cismáticos” (en clara referencia a la FSSPX).

No voy a perder el tiempo tratando de replicar afirmaciones tan absolutamente ridículas como que el propio Pablo VI estuvo muy interesado en promover el Misal de 1962, como he llegado a leer recientemente –desconozco qué clase de indigestión mental tendrá el autor de dichas afirmaciones -, pero sí creo que hay que hacer algunas precisiones meramente históricas sobre el origen de los indultos de Juan Pablo II primero, y la “liberalización” de Summorum Pontificum.

  1. Cuando las consagraciones episcopales de Monseñor Lefebvre en 1988 Juan Pablo II concede un indulto para la Misa Tradicional, previa aprobación del obispo al que se dirijan los fieles, y que es evidente se realiza como intento de contrarrestar a la FSSPX y lograr una escisión del mayor número de fieles. Hay pues un motivo político-estratégico, no es por amor a la Misa Tradicional ni por interés alguno en promoverla. Hay una relación causa efecto clarísima e indiscutible.
  2. Summorum Pontificum no es más que una de las condiciones que puso la Fraternidad Sacerdotal San Pío X a Benedicto XVI, en el contexto de las negociaciones que se llevaban en esa época para su regularización canónica. Y una de ellas, incluso previa, era la liberalización de la Misa Tradicional, a lo cual accedió Benedicto como muestra de buena voluntad, más que de amor al Misal de 1962, el cual jamás celebró en público y, al menos hasta donde yo conozco, ni siquiera en privado. Las negociaciones finalmente no fructificaron y se quedó el Motu proprio como una “patata caliente” en manos de Roma, de la cual se han podido aprovechar hasta la fecha multitud de grupos y de fieles, pero eso no quita que el origen sea el que fue, y no el que queramos que sea.

Independientemente de la opinión que cada cual tenga de Monseñor Lefebvre y de la Fraternidad San Pío X, esto es sencillamente historia de la Iglesia, que no puede uno ignorar ni cambiar para atribuirse méritos que no se tienen. Y la realidad objetiva, desde un punto de vista estrictamente histórico, es que la figura de Monseñor Lefebvre y de la Fraternidad San Pío X han sido hasta ahora los causantes directos de una acción-reacción que han conllevado tanto el indulto como Summorum Pontificum, y si no hubieran existido sencillamente no es temerario decir que a día de hoy no habría NADA, ni Summorum, ni indultos, ni fraternidades, ni asociaciones, ni nada de nada de nada.

A cada cual lo suyo, todo lo demás cuento chino.


Mons. Viganò: Monseñor Lefebvre fue un Confesor ejemplar de la Fe

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Estimado Dr. Kokx:

He leído con vivo interés su artículo titulado Preguntas para Viganò: Su Excelencia tiene razón en cuanto al Concilio pero, ¿qué piensa que debemos hacer los católicos ahora?, publicado en Catholic Family News el pasado 22 de agosto (aquí). Por tratarse de cuestiones de grave importancia para los fieles, respondo gustoso a sus preguntas.

Me pregunta: «¿Qué significa para el arzobispo Viganò separarse de la Iglesia conciliar?» Le respondo igualmente con una pregunta: ¿Qué significa separarse de la Iglesia para los partidarios del Concilio? Aun siendo evidente que no es posible la menor comunión con quienes proponen las doctrinas adulteradas del manifiesto ideológico conciliar, es necesario precisar que el mero hecho de estar bautizado y pertenecer a la Iglesia de Cristo no supone adhesión a la camarilla del Concilio. Y esto también se aplica a los simples fieles y a los clérigos seculares y regulares que por diversas razones se consideran sinceramente católicos y reconocen a la Jerarquía.

Por el contrario, habría que aclarar la postura de cuantos, declarándose católicos, abrazan doctrinas heterodoxas que se han difundido en los últimos decenios, conscientes de que suponen una ruptura con el Magisterio anterior. En este caso, es lícito poner en duda la verdadera pertenencia de ellos a la Iglesia Católica, en la que todavía ejercen cargos que les confieren autoridad. Una autoridad ejercida ilícitamente cuando a lo que se aspira es a obligar a los fieles a aceptar la revolución que se ha impuesto después del Concilio.

Aclarado este punto, es evidente que no son los fieles tradicionalistas -o sea, los verdaderos católicos, según San Pío X- los que deben abandonar la Iglesia en la que tienen pleno derecho a seguir y de la cual sería una insensatez apartarse, sino los modernistas, que han usurpado el nombre de católicos precisamente porque es el único término burocrático que impide que se los equipare a cualquier secta herética. Esta pretensión suya les sirve para no terminar como los centenares de movimientos heréticos que a lo largo de los siglos se han creído capaces de reformar la Iglesia a su antojo, anteponiendo el orgullo a la humilde custodia de las enseñanzas recibidas de Nuestro Señor. Pero así como no es posible reivindicar la ciudadanía de una patria con la que no se comparte lengua, derecho, fe y tradición, también es imposible que quien no comparte la fe, la moral, la liturgia y la disciplina de la Iglesia Católico pueda arrogarse el derecho a permanecer en ella y ascender grados en la Jerarquía.

No cedamos, pues,  a la tentación de abandonar –aunque con un justificada indignación– la Iglesia católica con el pretexto de que ha sido invadida por herejes y fornicarios; es a ellos a quienes hay que expulsar del recinto sagrado en una labor de purificación y penitencia que debe partir de cada uno de nosotros.

También es patente que hay numerosos casos en que los fieles se topan con graves problemas al frecuentar su parroquia, como también son muy escasos los templos en que se celebra la Santa Misa según el rito católico. Los horrores que se propagan desde hace décadas en muchas de nuestras parroquias y santuarios hacen también imposible asistir a una eucaristía sin sentirse incómodos  y poner en peligro la propia fe. Así como también es muy difícil obtener para uno mismo y para sus hijos una formación católica, sacramentos celebrados dignamente y una formación espiritual sólida. En estos casos, los fieles laicos tienen el derecho y el deber de buscar sacerdotes, congregaciones e instituciones que sean fieles al Magisterio de siempre. Y que a la loable celebración del Rito Tradicional se añada una fiel adhesión a la doctrina y la moral sin hacer la menor concesión al Concilio.

La situación es, desde luego, demasiado compleja para los sacerdotes, que dependen jerárquicamente de su obispo o su superior, pero al mismo tiempo tienen el sacrosanto derecho de seguir siendo católicos y poder celebrar según el rito católico. Si por un lado los seglares tienen más libertad de acción para escoger a qué  comunidad  dirigirse para oír Misa, recibir los sacramentos y formarse, aunque con menos autonomía por tener que depender de todos modos de un sacerdote, por otro lado los sacerdotes tienen menos libertad de acción al estar incardinados en una diócesis o una orden y sometidos a la autoridad eclesiástica, pero tienen más autonomía por estar en situación de decidir legítimamente celebrar la Misa y administrar los sacramentos por el Rito Tridentino. El motu proprio Summorum pontificum recalcó que fieles y sacerdotes tienen el derecho inalienable -derecho que no se les puede negar- de servirse de la liturgia que expresa con más perfección nuestra Fe. Pero hoy en día ese derecho se debe aprovechar no sólo y no tanto para conservar el Rito extraordinario, sino para dar testimonio de adhesión al Depósito de la Fe que sólo encuentra plena correspondencia en al Rito Antiguo.

Todos los días me llegan sentidas cartas de sacerdotes que son marginados, transferidos a otra parroquia o condenados al ostracismo por su fidelidad a la Iglesia: la tentación de encontrar un punto de apoyo lejos del estrépito de los novadores es grande, pero debemos tomar ejemplo de las persecuciones que sufrieron muchos santos. Entre ellos San Atanasio, en el que tenemos un modelo de cómo hay que desempeñarse cuando se propaga la herejía y se desata la furia perseguidora. Como ha recordado muchas veces mi venerado hermano en el episcopado monseñor Athanasius Schneider, el arrianismo que afligió a la Iglesia en tiempos del santo doctor de Alejandría de Egipto estaban tan difundido entre los obispos que cualquiera hubiera creído que la Iglesia Católica iba a desaparecer del todo. Pero gracias a la fidelidad y al testimonio heroico de los pocos prelados que se mantuvieron fieles, la Iglesia supo remontarse. Sin aquel testimonio, el arrianismo no habría sido derrotado. Y sin nuestro testimonio actual, no será derrotado el modernismo y la apostasía globalista del presente pontificado.

Por tanto, no es cuestión de trabajar dentro o fuera; los viñadores son llamados a trabajar en la viña del Señor, y deben permanecer en ella aunque les cueste la vida. Los pastores son llamados a apacentar la grey del Señor, mantener alejados a los lobos rapaces y ahuyentar a los mercenarios que no se preocupan de salvar a las ovejas y los corderos.

Esta labor en muchos casos silenciosa y oculta la viene realizando la Fraternidad San Pío X, a la que hay que reconocer el mérito de no haber permitido que se apague la llama de la Tradición en un momento en el que celebrar la Misa antigua se consideraba subversivo y motivo de excomunión. Sus sacerdotes han constituido una saludable espina en el costado del Cuerpo de la Iglesia, considerados un  inaceptable ejemplo   para los fieles, un constante reproche para la traición cometida contra el pueblo de Dios, una opción inadmisible al nuevo rumbo trazado por el Concilio. Y si su fidelidad hizo inevitable la desobediencia al Papa al realizar las consagraciones episcopales, gracias a ellas la Fraternidad se libró de los furiosos ataques de los novadores y ha hecho posible con su existencia que se manifiesten las contradicciones y errores de la secta conciliar, siempre amistosa hacia los herejes e idólatras e implacablemente rígida e intolerante con la Verdad católica.

Considero a monseñor Lefevbre un confesor ejemplar de la Fe, y creo que ya es palmario hasta qué punto su denuncia del Concilio y de la apostasía modernista está fundada y tiene mucha vigencia. No olvidemos que la persecución que sufrió monseñor Lefebvre por parte de la Santa Sede y los obispos de todo el mundo ha servido ante todo de elemento disuasorio para los católicos refractarios a la revolución conciliar.

Concuerdo asimismo con todo lo que señaló S.E. Bernard Tissier de Mallerais sobre la presencia simultánea de dos entidades en Roma: la Iglesia de Cristo está ocupada y eclipsada por la camarilla modernista conciliar que se ha impuesto en la propia jerarquía y se vale de la autoridad de sus ministros para prevalecer en la Esposa de Cristo y madre nuestra.

La Iglesia de Cristo -que no sólo subsiste en la Iglesia Católica, sino que es exclusivamente la Iglesia Católica- está simplemente ensombrecida, eclipsada por una iglesia extraña y extravagante que se ha instalado en Roma, conforme a la visión que tuvo la beata Ana Catalina Emmerick. Convive, como la cizaña, en la Curia Romana, en las diócesis y en las parroquias. No podemos juzgar las intenciones de nuestros pastores ni dar por sentado que todos se han corrompido en la fe y la moral; por el contrario, podemos esperar que muchos de ellos, hasta ahora intimidados y silenciados, se den cuenta conforme avanzan la confusión y la apostasía del engaño de que han sido objeto y terminen por despertar de su letargo. Innumerables laicos están alzando la voz; otros habrán de seguirles necesariamente, junto a buenos sacerdotes, sin duda presentes en cada diócesis. Este despertar de la Iglesia militante -me atrevería a llamarlo resurrección- es necesario, improrrogable e inevitable; ningún hijo tolera que su madre sea objeto de ofensa por parte de los sirvientes, ni que el padre sufra la tiranía de de los administradores de sus bienes. En esta dolorosa situación, el Señor nos ofrece la oportunidad de ser sus aliados y combatir bajo su bandera en esta santa batalla. El Rey vencedor de los errores y de la muerte nos brinda la oportunidad de compartir el honor de la victoria y el premio eterno que ésta comporta, tras haber padecido con él.

Pero para hacernos acreedores a la gloria del Cielo estamos llamados a redescubrir –en una época afeminada y desprovista de valores como el honor, la fidelidad a la palabra empeñada y el heroísmo un aspecto fundamental para todo bautizado– que la vida cristiana es una milicia, y que por el Sacramento de la Confirmación estamos llamados a ser soldados de Cristo, bajo cuya enseña debemos combatir. Cierto es que en la mayor parte de los casos se trata de un combate esencialmente espiritual. Pero a lo largo de la historia hemos visto con cuánta frecuencia, ante las violaciones de los derechos fundamentales de Dios y de la libertad de la Iglesia se ha hecho necesario empuñar la armas. Nos lo enseña la denodada resistencia a la invasión islámica en Lepanto y a las puertas de Viena, la persecución de los cristeros en México y de los católicos en España, y todavía en nuestros días la cruel guerra que se libra contra los cristianos por todo el mundo. Hoy estamos más que nunca en situación de comprender el odio teológico de los enemigos de Dios inspirados por Satanás, los ataques a todo lo que recuerde a la Cruz de Cristo: la Virtud, el Bien, la belleza, la pureza… Todo ello debe espolearnos para levantarnos en un arranque de sano orgullo para reivindicar nuestro derecho no sólo a no ser perseguidos por enemigos externos, sino también y sobre todo a tener pastores firmes y valerosos, santos y temerosos de Dios, que hagan ni menos lo que hicieron durante siglos sus predecesores: predicar el Evangelio de Cristo, convertir a los hombres y las naciones y propagar por todo el mundo el Reino del Dios vivo y verdadero.

Todos estamos llamados a realizar un gesto de fortaleza –virtud cardinal olvidada, que no por casualidad exige fuerza viril, ἀνδρεία: saber hacer frente a los modernistas; resistencia que hunde sus raíces en la caridad y la verdad, atributos de Dios.

Si sólo celebráis la Misa Tridentina y predicáis la sana doctrina sin mencionar el Concilio, ¿qué os podrán hacer? ¿Echaros tal vez de vuestras iglesias? Y después, ¿qué? Nadie os podrá impedir celebrar la renovación del Santo Sacrificio sobre un altar improvisado o en una buhardilla, como hacían los sacerdotes refractarios durante la Revolución Francesa y hacen todavía en China. Y si intentan apartaros,  resistid; el Derecho Canónico garantiza el gobierno de la Iglesia en la prosecución de sus fines principales, no para demolerla. Dejemos de temer que la culpa del cisma es de quien lo denuncia y no de quien lo lleva a efecto; ¡cismáticos y herejes son los que hieren y crucifican el Cuerpo Místico de Cristo, no quienes lo defienden denunciando a los verdugos!

Los laicos pueden exigir a sus pastores que se comporten como tales, prefiriendo a los que demuestren no estar contaminados con los errores actuales. Si una Misa se vuelve un tormento para los fieles y éstos se ven obligados a asistir a sacrilegios, soportar herejías o desvaríos impropios de la Casa del Señor, es mil veces preferible ir a una iglesia en la que el sacerdote celebre dignamente el Santo Sacrificio, según el rito que nos ha transmitido la Tradición, y predique conforme a la sana doctrina. Cuando obispos y párrocos se den cuenta de que el pueblo cristiano quiere el pan de la Fe en vez de las piedras y escorpiones de la neoiglesia, dejarán de lado sus temores y atenderán a las legitimas peticiones de los fieles. Los otros, auténticos mercenarios, demostrarán lo que son y sólo serán capaces de congregar en torno suyo a quienes comparten sus errores y perversiones. Se extinguirán por sí solos; el Señor seca el pantano y volverá árida la tierra sobre la que crecen los espinos, y acaba con las vocaciones en los seminarios corruptos y los conventos rebeldes a la regla.

Los fieles laicos tienen un deber sagrado hoy en día: consolar a los sacerdotes y obispos buenos apiñándose en torno a ellos como las ovejas a su pastor. Alojarlos, ayudarlos y consolarlos en sus tribulaciones. Que creen comunidades en las que no predominen las murmuraciones y divisiones, sino la Caridad fraterna en el vínculo de la Fe. Y como en el orden establecido por Dios –κόσμος– los súbditos deben obediencia a la autoridad y no pueden hacer otra cosa que resistirla cuando ésta abusa de su poder, no incurrirán en culpa alguna por la infidelidad de sus jefes, sobre los cuales pesa en cambio una gravísima responsabilidad por la manera en que ejercen el poder vicario que se les ha conferido. No debemos complacernos de los errores de nuestros pastores, sino rezar por ellos y amonestarlos respetuosamente. No se debe poner en tela de juicio su autoridad, sino el uso que hacen de ella.

Tengo la certeza -y es una certeza que me nace de la Fe- de que el Señor no dejará de premiar nuestra fidelidad después de habernos castigado por las culpas de los eclesiásticos, dándonos sacerdotes, obispos y cardenales santos, y sobre todo un papa santo. Esos santos saldrán de nuestras familias, comunidades e iglesias, en las que se debe cultivar la Gracia de Dios con la oración constante, con la frecuencia de los Sacramentos, y ofreciendo sacrificios y penitencias que la Comunión de los Santos nos permite ofrecer a la Divina Majestad en expiación por nuestros pecados y los de nuestros hermanos, incluidos los que ejercen autoridad. En esto los seglares tienen una misión importante que cumplir: custodiar la fe en el seno de su familia, para que los jóvenes que sean educados en el amor y el temor del Señor puedan un día ser padres responsables, y también ministros del Señor, sus heraldos en las órdenes religiosas de ambos sexos, apóstoles suyos en la sociedad civil.

El remedio contra la rebeldía es la obediencia. El remedio contra la herejía es la fidelidad a las enseñanzas de la Tradición. El remedio contra el cisma es la devoción filial a los sagrados pastores. El remedio contra la apostasía es el amor a Dios y a su santísima Madre. El remedio contra el vicio es la práctica humilde de la virtud. El remedio contra la corrupción de las costumbres es vivir constantemente en presencia de Dios. Pero la obediencia no puede pervertirse convirtiéndose en un estúpido servilismo, ni el respeto a la autoridad puede pervertirse volviéndose lisonja. Y no olvidemos que si los laicos tienen la obligación de obedecer a sus pastores, más grave aún es el deber que éstos tienen de obedecer a Dios, usque ad efussionem sanguinis, hasta derramar la sangre.

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

1º de septiembre de 2020

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

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